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Dios es amor puesto que es una creación de la humanidad. Es una proyección de nosotros mismos, con la clara intención de cubrir espacios ante nuestro propio vacío existencial. Es decir, nuestra carencia de amor ha creado a Dios.
Dios, por lo tanto, es una necesidad humana vital y que nos sirve de escusa cuando no entendemos el fin de nuestros días, ni el devenir de nuestras propias existencias. Ante esta incomprensión al vacío, a una innegable soledad, angustia, miedo…etc., “surge” el Ser Supremo, que todos llevamos dentro, que todo lo entiende, lo sabe, lo ama, lo resuelve, lo protege,…etc.
A Descartes le debemos, desde la metafísica, la “falsa” demostración de la existencia de un Dios inductor de su propia razón de ser; ¡la trampa era perfecta! ¿Cómo demostrar el acto de existir de un Ente Superior, ante un pobre pensante como yo, causa primera y única de toda la existencia del universo? ¡Ojo!, que estoy hablando de un Dios como pensamiento y no como fe. Le fe induce, a través de la revelación, a creer en Dios y nada más. Un firme y convencido creyente ni se plantea estas preguntas, ¡Es dogma de fe y punto!
Lo que es evidente que, por el simple de hecho de pensar en su posible existencia, paradójicamente ya se la estamos otorgando. Desde cualquier disciplina teológica/filosófica es plausible demostrar su existencia y, en cambio, es prácticamente imposible demostrar su no existencia. Repito: esta argumentación teísta la planteo desde la visión de un Dios antropológico generado por nuestro propio consciente y/o subconsciente.
De todo aquello que se habla o discute se está confirmando, como mínimo, su posible existencia. De todo aquello por lo que no se contiende posiblemente no exista.
Si yo me planteo, a través de una pura reflexión, la posible existencia de Dios, en gran medida, ya se la estoy concediendo… ¿Si yo pienso o razono en él quien me puede discutir su (o no) existencia?
Somos Impulso irresistible como causa primera en la existencia de Dios. Por lo que Dios existirá hasta que, tal como somos actualmente, dejemos de serlo. No necesariamente implicará nuestra desaparición sino… una más que evidente evolución transformadora. La etapa post homínida, con una clara reminiscencia animal, dará paso, a través de nuestro transcender, a esferas universales del ser. A partir de este punto, honestamente, creo que la figura de Dios, compensadora de nuestras carencias e imperfecciones, habrá dejado (desde nuestro interior) de existir.
Santiago Peña
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Santiago Peña
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