domingo, 7 de febrero de 2021

EL REPETIR ES EL MANTENER

 

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El “Tiempo Magno” (Mircea Eliade, 1907 – 1986) es la Eternidad; es la constante búsqueda del no-cambio; de la permanencia; del Mantenerse a través de la Repetición.

 

Desde la Prehistoria a la Protohistoria: el Rito y el Mito

Para el pensamiento no-histórico (Prehistoria y Tradición), la linealidad del tiempo no se puede dar. El Rito, como Repetición de la Sacralidad, y el Mito, como hechos “maravillosos” narrados en una era primordial, nos recuerdan que el tiempo es Cíclico: el Círculo es lo Sagrado, es la Perfección y es lo Eterno. La muerte no existe como tal, sino que es el no-reconocimiento de la no-existencia del ser. Esto es: su no-muerte; lo que nos induce a repetir cíclicamente, e invariablemente, los Ritos de la Regeneración (o Resurrección).

 
-Las innumerables Ceremonias Sagradas, en el Antiguo Egipto, son una fuente inacabable de Sapiencia Ancestral y Tradición-
 
El querer regresar, es el pretender (re)nacer. El tránsito es el recorrido de ida y vuelta; no el fin, acaso el comienzo; “el volver a empezar”. Y, en definitiva, una (posible) respuesta a la Razón Primera del porqué de nuestra confusa, y angustiosa, existencia.
 
Es por todo ello que, la Modernidad (con su ruptura trágica, e irreconciliable, con la Tradición), ha trastocado el equilibrio mental de una parte importante de la sociedad occidental, al negarle los ciclos temporales del devenir armónico de la propia existencia humana. El romper con los ancestros, el no respetar y no tener en cuenta la liturgia de la temporalidad, amenaza gravemente con la propia continuidad de la misma sociedad a la que se pretende “modernizar”.

Empero, la Modernidad, como avance innegable en el “estado del bienestar”, es admisible y deseable. Proveerse de nuevos medios tecnocientíficos, para una sincera mejora de las sociedades, es una obligación moral e irrenunciable. Pero, no a costa de romper con nuestros orígenes. El romper, fragmentar o quebrar, es inducir al suicidio de todo una sociedad inconclusa, desubicada y manifiestamente corrompible. Si, en el trayecto vital del conjunto de toda una sociedad, se desvanece el punto referencial, la misma humanidad “no se encuentra” y acaba extinguiéndose. Otrora, civilizaciones ya difuntas (como la Antigua Roma), fueron engullidas por el “dragón” de la involución y de la barbarie, cual pseudoregreso caótico a una velada oscuridad. Como es sabido, Roma, no fue derrotada por ninguna gran potencia emergente de aquel momento: ella misma sucumbió (gradualmente) ante la renuncia de su Tradición, de su Historia, de su Moralidad, de su Espiritualidad y a la irrupción gangrenosa, y rampante, de su institucionalizada Corrupción.        

Prueba de todo ello y ateniéndonos al conocimiento íntimo de las cosas (con sus evidentes matices se puede llegar a decir que en cada uno de nosotros y de una forma ostensiblemente clara o casi imperceptible), la Espiritualidad de la PERSONA es Intangible. Es decir: no es medible.

¡Bien! Y,… ¿qué nos viene a “dictar” la Modernidad?: qué, si la Espiritualidad no es medible -¡como es el caso!- o cuantificable, no es asumible y, por tanto, argumentativamente repudiable.

No obstante, repitamos -¡una vez más!- que, esta nihilista “solución”, no es aceptable bajo ningún concepto por muchas razones empíricas que se arrojen en el amplio, y basto, campo del oficializado método científico; siendo, éste (axiomáticamente), la única forma de captación del conocimiento. Por lo que, nuevamente, no nos neguemos (tozudamente) el conocimiento íntimo de la PERSONA. El mismo es el más puro y es el que nos revela, realmente, como somos. No, como nos vemos o nos sentimos. Aquí el Saber Absoluto (o Noesis) juega un papel fundamental acerca de la Auténtica Realidad.  

En el equilibrio; en la justa medida, se haya la Realidad del Verdadero Conocimiento. En toda su Plenitud, en todo se Extensión; en todo su Esplendor. El Verdadero Conocimiento de la Realidad de las Cosas transciende a la misma temporalidad; manteniéndose incólume. Es la propia “Comunión con la Divinidad” (interior o exterior) la que nos revela el Primer Conocimiento, y Último, de la Totalidad del Universo.

 

“Todo tipo de conocimiento es bueno, siempre que sea verdadero” 

 

Santiago Peña

 

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