domingo, 13 de septiembre de 2020

UN CUERPO LIMITADO, CON UN PENSAMIENTO INFINITO, EN UNA ALMA ETERNA

  

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Una posible definición (filosófica), de ser humano, sería: “un cuerpo (físico) limitado, con un pensamiento infinito, en una alma eterna”.

Esto es la PERSONA, y, éste, es el gran drama existencial de todo ser pensante (transcendente) dotado de un cuerpo, de un pensamiento y de un espíritu. Somos tres aspectos representados en una misma, y única, presencia. O, lo que es lo mismo: somos una misma, y única, Realidad. Por todo ello, la principal tarea de la PERSONA, a lo largo de su corta trayectoria existencial, es la sacrosanta (re)unificación de sus partes para acabar siendo, indudablemente, Una.

Pero, a la vez, somos luminarias y penumbra. Somos luz de un día y somos obscuridad en la eternidad. Somos la llama que alumbra nuestras existencias y somos la oquedad que oculta nuestra orfandad. Soledad de espíritus reencarnados para volver a comenzar. La rueda de la infinitud, alojada en el mismísimo “sanctasanctórum” de unos corazones renacidos y, así hasta el final, de la propia existencia universal:

 

Las lágrimas de Brahman derraman savia de vida, después de eones de un letargo mortecino y sutil. El tiempo, de nuevo, llama al tiempo y, todo, vuelve a empezar. El espacio se encogió, hasta desaparecer. Brahman despertó, una vez más, y el espacio-tiempo, otra vez, reapareció; como siempre, sin pestañear.  La humanidad, invariablemente, resurgió, en un reconstituido barullo, entre mandriles y babuinos; entre cactus y rosas; entre medusas y delfines; entre la obscuridad y la luz.

 

Santiago Peña

 

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