sábado, 27 de agosto de 2016

DESDE EL INTERIOR MÁS RECÓNDITO HASTA MÁS ALLÁ DE LA LUZ


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Hay dos principios en Filosofía en el que uno es innato y el otro es adquirido. Además, son opuestos y complementarios, como el Yin y el Yang. El uno sin el otro no son nada, pero con la suma de los dos se hace al hombre, al Hombre Natural: al Ser Integral. Me refiero a la Moral y al Instinto. En definitiva, la PERSONA es Instinto y es Moral. El resto es artificio y vacuidad. Y el Hombre Natural básicamente es Observador y Reflexivo. Totalmente lo contrario en el quehacer existencial del Hombre Moderno: No tenemos tiempo para observar y, mucho menos, para poder reflexionar.    
    
A partir de estos principios concurre una opinión general sobre la unidad del universo que se basa no en el intelecto si no en una intuición romántico-espiritualista. El yo de cada uno de nosotros se ve reflejado en el espejo de la creación. Por lo que la Unidad del Cosmos es correlativa a la Unidad de la Consciencia.

Las PERSONAS nos caracterizamos por ser seres altamente sensitivos, comunicativos, anímicos, espirituales y reflexivos; con un inherente instinto de defensa y, a la vez, de dominio; miedo atávico a todo lo desconocido; un ancestral complejo de inferioridad y una envidia pertinaz. Ya sea de un extremo al otro de la Consciencia Universal, no cejamos de buscar permanentemente en nuestro interior más profundo y, simultáneamente, estamos constantemente transcendiendo."Huyendo" de un sempiterno vacío existencial. Así somos la humanidad: viajeros contumaces en una huida sin fin; en una carrera sin final. Nada acaba y todo permanece. Nada por hacer; todo sin fin. Todo principio tiene un final. La Vida se nos escapa desde el mismo instante de nuestro primer Albor. Nacimos para morir. Condenados en vida. Somos agua; somos fuego. Somos frágiles; perduramos. Transitamos; no persistimos. Permanecen nuestros recuerdos y parte de nuestra Luz.


Querido árbol; todo él, uno,
Terco invierno; él, impertérrito.

Mil años plantado; mil años vivo,
Raíces solidas; follaje divino.

La historia de este árbol es la historia de nuestros padres,
La historia de este árbol será la historia de nuestros hijos.


Ante el vigente pensamiento moderno comparecemos como individuos reducidos, gravemente afectados en nuestra naturaleza, angustiados por falsas creencias y vacías ideologías. Extraviados en nuestro camino... ¡no hay nada más frustrante que seguir un camino que no es camino! Desgraciadamente hemos roto con nuestra naturaleza y ésto nos arrastra hacia lo ignoto; no permitiéndonos recuperar las enseñanzas del pasado. Por lo tanto, hemos borrado nuestra memoria. Desde la revolución francesa hasta nuestros días creo honestamente que, implícitamente, siempre ha habido un odio soterrado hacia las Humanidades (filosofía, historia, filología, estudios clásicos, música...). La modernidad, por ostentar el marchamo de lo moderno, ha actuado de acuerdo con su preconfigurado destino. El imperio de la pura razón no puede "matar" al espíritu de la PERSONA. Vivimos en un permanente, y temeroso, desprecio hacia nuestra esencia más pura.

La principal consecuencia de todo ello es que vamos dando bandazos entre la subanimalidad y lo suprahumano. La modernidad es un paso intermedio en la evolución de la humanidad; es un accidente a superar. Por tanto, Cultura y Moral no pueden ser prácticamente disgregadas: lo humano fenece y la anticultura prevalece. La muerte y posterior rigidez cadavérica precede a la disolución. En definitiva, o nos elevamos a la luminosidad de los espíritus celestiales o acabaremos sometidos a la condición de bestias elementales.


Justo al otro lado de nuestro interior más recóndito nos encontraremos con la infinitud del universo

Contra más adentro, más afuera,
Contra más cerca, más lejos.

Cada vez más lejos,
Cada vez más cerca.

El alejarse implica alcanzar,
Alcanzar para abrazar nuestra genuina faz.


Santiago Peña


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sábado, 20 de agosto de 2016

SOBRE LA ESENCIA DE LA PERSONA Y EL ARTE COMO SOPORTE DE SU REAFIRMACIÓN



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La PERSONA se hace por lo que hace. Un ser imperfecto (como somos todos nosotros) no puede hacer obras perfectas, pero sí maravillosas. La persona, en su pertinaz (e infructuoso) afán de perfección, transciende a través de sus obras.

La búsqueda (de algo; que no sabemos que es), es vacio a ocupar. La felicidad y la sabiduría suelen utilizar caminos aparentemente distintos pero, a la postre, iguales. ¿El fin? El mismo: Ser PERSONA. ¡Jamás lo olvidemos!

Aprender y evolucionar. Y siempre aprendiendo pero sin perder, ni por un momento, nuestra naturaleza. La persona mantiene una guerra sorda con el entorno; nos debemos a nuestra "esclavitud socializante", pero, invariablemente, recuperando nuestra genuina esencia.


¿Qué significación tiene el Arte para la PERSONA?

El Arte, dentro del conjunto, es la reafirmación del ser, de la PERSONA, de la colectividad, del grupo. Consecuentemente: de la comunidad. Al sentirnos como unidad de destino necesitamos confirmarnos a través de elementos comunes, como son: la lengua, la etnia, la música, las leyendas, los hábitos, las costumbres,...etc. En definitiva: somos "creadores" de una Tradición. Es decir: Desde la comunidad, armónicamente constituida, somos coparticipes de esa misma Tradición. Por todo ello: Somos individualidad, dentro de la comunidad, y, a la vez, somos la propia comunidad. Somos el pasado, el presente y, posiblemente, el futuro de esa misma entidad. Formamos parte de nuestra Tradición y seremos Tradición a través de la estela que vayamos a dejar en forma de vivencias y/o recuerdos (los más), y de obras literarias, pictóricas, o de cualquier otro tipo de creación (los menos).    

En síntesis: El Arte, como unidad existencial, es el deseo irrefrenable de Perennidad. No de inmortalidad, si no de Eternidad; de ser Eterno; de no ser olvidado; de no "desaparecer" para los demás. Al “crear” una obra de Arte nos estamos reivindicando; nos revelamos contra el fatal destino. Por lo tanto: nos estamos perpetuando a través de ella, de nuestra creatividad. Creamos para reivindicarnos, para revelarnos y para reafirmarnos como seres transcendentes, infinitos, inalterables y Eternos.


Santiago Peña


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jueves, 11 de agosto de 2016

LA RENUNCIA COMO UN POSIBLE CAMINO HACIA LA PAZ


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El concurso de la materia deforma la realidad. La materia es transformación  y es corrupción. Por lo tanto: es prescindible, en la medida de lo posible. La materia consta, en una cierta proporción, de energía; ocupa un espacio y varía en el tiempo.  Por lo que: es perceptible y mensurable en el espacio/tiempo. Por ello: interacciona en la naturaleza, que nosotros creemos percibir, como un elemento más de la misma realidad. Es decir: la Realidad que percibimos es materia y nada más.

En cambio, el Pensamiento es creación, pero no muere; no se corrompe; la materia podríamos decir que sí. Mejor dicho (y como ya se ha expresado con anterioridad): simplemente se transforma. Por todo ello: El pensamiento surge, se crea, crece y jamás perece. El Pensamiento, como elemento no incorpóreo, es Luz; es abstracción y es la máxima expresión de lo humano, junto con el Amor y la Renuncia.

La Triada de la Excelsitud (Pensamiento, Amor y Renuncia) nos llevan, inexorablemente, al culmen de la existencia humana: La Paz.

Y no habrá Paz, en este mundo (y en los deseables venideros), mientras que:

  • Lo material subyugue al Pensamiento.

  • Sustentemos al Amor en el submundo de lo corruptible.

Y

  • Mantengamos "secuestrada" la Renuncia a una infinidad de cosas prescindibles.



Fruto de todo ello; el deseo es frustración, amargura, irritación y riesgo de una posible confrontación. El saber Renunciar es el camino hacia una anhelada Paz.


Pensamiento


El pensamiento es lo que nos diferencia del resto de los seres vivos. Debemos exigirnos pensamientos puros, honestos. Buscar la Verdad. Hablar y actuar, todo uno, desde la abstracción; jamás desde lo material, el egoísmo,  el cortoplacismo, la ocultación. El Pensamiento induce a la Autodisciplina, germen de la Renuncia.

 

Amor


El Amor es atracción hacia lo sublime. Es la "huida" desde el vacío hacia la Plenitud. A fin de cuentas, el Amor, siempre ha sido, es y será, Renuncia. El Amor es, a la vez, el bien concentrado en un punto (PERSONA, idea, animal, comunidad o cosa) y en todo el universo. El Amor lo abarca todo. Todo puede ser amado. ¡Todo! Sin exclusión. El Pensamiento sustentado en el Amor es la síntesis de todas las virtudes del ser. Por tanto, El Amor, es “generador” de Belleza. El que ama no ve fealdad, ve Virtud, porque él mismo es la propia Virtud. El ser que se eleva por encima de todos los demás no es Sabio por poseer multitud de conocimiento, es Sabio porque desprende Luz y porque es representación de la propia Luz.    


Renuncia


Renuncia es la abdicación a un supuesto derecho sin ningún tipo de contrapartida. Renuncia es la máxima expresión de lo humano, de respeto hacia los demás y, sobre todo, hacia uno mismo. De Amar, simplemente, por Amar. De Amar a cambio de nada. En la propia Renuncia: Todo él es Amor sin buscarlo, ni pretenderlo. Es Amor, porque da Amor sin esperar nada; porque nada busca y todo lo encuentra; porque nada sabe y todo lo alcanza. El no desear por el simple hecho de desear. La Renuncia es el no deseo. De aspirar a la Armonía por el bien común. Cuando se Renuncia a algo que verdaderamente amas, le estás otorgando el pasaporte hacia la Infinitud, hacia la Gloria, hacia la Libertad y hacia la Felicidad. Por lo tanto: Renuncia es Libertad en ambos sentidos. La necesidad (y no deseo) de aprender es para poder ser libres, libres para que cado uno de nosotros busque su propio camino.


Términos que deberían quedar desterrados en nuestro quehacer existencial:

Poder, envidiar, desear, imponer, aplastar, matar, odiar, juzgar, ofender, insultar, injuriar, maldecir, vengar, ocultar, zaherir, traicionar, maltratar, torturar, aborrecer, violar, conquistar, pisotear, plagiar, corromper, deshonrar, mentir, engañar,... Hay más, pero... suficientes. Todos ellos, antivalores, a extinguir.


El Amor es no desear,
El Amor es Amar por Amar,
El Amor es Renunciar,
El Amor es Caminar hacia la Paz.



Santiago Peña


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