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Hay
dos principios en Filosofía en el
que uno es innato y el otro es adquirido. Además, son opuestos y
complementarios, como el Yin y el Yang. El uno sin el otro no son nada,
pero con la suma de los dos se hace al hombre, al Hombre Natural: al Ser
Integral. Me refiero a la Moral
y al Instinto. En definitiva, la PERSONA es Instinto y es Moral. El
resto es artificio y vacuidad. Y el Hombre
Natural básicamente es Observador
y Reflexivo. Totalmente lo contrario
en el quehacer existencial del Hombre
Moderno: No tenemos tiempo para observar y, mucho menos, para poder
reflexionar.
A
partir de estos principios concurre una opinión general sobre la unidad del
universo que se basa no en el intelecto si no en una intuición
romántico-espiritualista. El yo de cada uno de nosotros se ve reflejado en el
espejo de la creación. Por lo que la Unidad
del Cosmos es correlativa a la Unidad
de la Consciencia.
Las PERSONAS nos caracterizamos por ser seres
altamente sensitivos, comunicativos, anímicos, espirituales y reflexivos; con
un inherente instinto de defensa y, a la vez, de dominio; miedo atávico a todo
lo desconocido; un ancestral complejo de inferioridad y una envidia pertinaz. Ya
sea de un extremo al otro de la Consciencia
Universal, no cejamos de buscar permanentemente en nuestro interior más
profundo y, simultáneamente, estamos constantemente transcendiendo."Huyendo" de un sempiterno vacío
existencial. Así somos la humanidad: viajeros contumaces en una huida sin fin;
en una carrera sin final. Nada acaba y todo permanece. Nada por hacer; todo sin
fin. Todo
principio tiene un final. La Vida
se nos escapa desde el mismo instante de nuestro primer Albor. Nacimos para morir. Condenados en vida. Somos agua; somos
fuego. Somos frágiles; perduramos. Transitamos; no persistimos. Permanecen
nuestros recuerdos y parte de nuestra Luz.
Querido árbol; todo él, uno,
Terco invierno; él, impertérrito.
Mil años plantado; mil años vivo,
Raíces solidas; follaje divino.
La historia de este árbol es la historia de nuestros padres,
La historia de este árbol será la historia de nuestros hijos.
Ante
el vigente pensamiento moderno comparecemos como individuos reducidos,
gravemente afectados en nuestra naturaleza, angustiados por falsas creencias y vacías
ideologías. Extraviados en nuestro camino... ¡no hay nada más frustrante que
seguir un camino que no es camino! Desgraciadamente hemos roto con nuestra
naturaleza y ésto nos arrastra hacia lo ignoto; no permitiéndonos recuperar las
enseñanzas del pasado. Por lo tanto, hemos borrado nuestra memoria. Desde la
revolución francesa hasta nuestros días creo honestamente que, implícitamente,
siempre ha habido un odio soterrado hacia las Humanidades (filosofía, historia, filología, estudios clásicos,
música...). La modernidad, por ostentar el marchamo de lo moderno, ha actuado
de acuerdo con su preconfigurado destino. El imperio de la pura razón no puede
"matar" al espíritu de la PERSONA. Vivimos en un permanente, y
temeroso, desprecio hacia nuestra esencia más pura.
La
principal consecuencia de todo ello es que vamos dando bandazos entre la subanimalidad
y lo suprahumano. La modernidad es un paso intermedio en la evolución de la humanidad; es
un accidente a superar. Por tanto, Cultura
y Moral no pueden ser prácticamente disgregadas:
lo humano fenece y la anticultura prevalece. La muerte y posterior rigidez
cadavérica precede a la disolución. En definitiva, o nos elevamos a la
luminosidad de los espíritus celestiales o acabaremos sometidos a la condición
de bestias elementales.
Justo al otro lado de
nuestro interior más recóndito nos encontraremos con la infinitud del universo
Contra más adentro, más
afuera,
Contra más cerca, más
lejos.
Cada vez más lejos,
Cada vez más cerca.
El alejarse implica
alcanzar,
Alcanzar para abrazar nuestra
genuina faz.
Santiago
Peña