domingo, 25 de septiembre de 2016

ESPÍRITU Y TRADICIÓN


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La Tradición es una percepción que despierta infinidad de opiniones previas y obstinadas, por lo general desfavorables, acerca de algo que, ordinariamente, se desconoce entre aquellos que se suponen progresistas (y, por ende, abiertos) y que ven la modernidad desde una visión presumiblemente objetiva, en una historia lineal; siempre en progreso (apartándose de toda ligazón con lo heredado) en una victoria sobre un supuesto oscurantismo, y barbarie, que, erradamente, equiparan como una rémora, o carga, que es necesario abandonar en el itinerario vital.

Es indudable que el ser moderno es un necio a la hora de (no) razonar acerca de la Tradición; que se halla despojado de un ideario fundado demostrativo, y a cualquier altura, para poder discernir, o llegar a entender someramente, un conocimiento tan ajeno para los que transitamos en el orbe actual. Espíritu y modernidad emergen antitéticos en un estado permanente de repulsión; propios a universos y entornos muy diferentes. El Espíritu es el soporte y fuste de toda gran misión civilizadora: sin la excelsa participación de esa potencia principal, que alimenta magnos propósitos y erige culturas, nada tiene asegurado un mínimo de durabilidad, nada consigue dilatar su presencia allende de un efímero y banal recorrido temporal. El fruto material es una imagen reflejada de algo superior, de lo Espiritual, y en el momento que repudia de ésta la vida, y la existencia misma, se limita a una vacía sucesión de vicisitudes anodinas, de disputas, desafíos y, en definitiva, de caos.

Coexistir en un universo desnaturalizado, castrado de Espiritualidad, sin la cíclica acción de volver a su primer estado; las ligaduras sacrosantas con lo inveterado y el Supremo Principio, nos arrastra, irremisiblemente, a un orbe sin Centralidad; y en el que las genéricas cualidades de una sólida trayectoria vital, compensada y sentida satisfactoriamente, son abortadas. La actual modernidad es la palmaria muestra de esa mutabilidad e inarmonía que señorea, porcentualmente, a una escala particular, al igual que social, desde una aparente y artificial libertad; así como la planificada demolición de los lazos patrios, arroja a ese "humano" moderno al tártaro y a la destrucción de la misma Humanidad. Esa es la fatal meta de un mundo sin Historia, sin Valores y sin Tradición.

La Tradición no se puede subordinar a las legas y prosaicas disquisiciones de aquellos que ignoran sus enunciados. El discurso razonado y el método empirista adolecen de esa Autoridad y firmeza que les confiere la ciencia y la ideología de la modernidad. Más allá del imperturbable positivismo de los que observan con rigor las normas clásicas y sus supuestos estudios imparciales, la Tradición se circunscribe en el entorno de otras jerarquías (metafísicas), en que para ser conocedor del mensaje Universal, y Trascendente, es menester de otros materiales muy distintos a los de la moderna ciencia: la intelección del Todo actúa y participa con la PERSONA mediante el Símbolo, y éste, a su vez, se haya incrustado en la Naturaleza, en las costumbres, en los arcanos y en los mitos que, manejando diferentes armazones, se nos han ido transfiriendo desde lo arcaico, desde el origen mismo de la Humanidad.


Santiago Peña


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