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Mente, mundo y espíritu
Las PERSONAS vivimos, a caballo, entre dos universos: el interior y el
exterior. La potencia de nuestro espíritu proviene de nuestro interior más
íntimo, más recóndito, más puro. En cambio, el mundo exterior nos empapa de (ficticias)
realidades, nos baña de humanidad (y de maldad), nos guía en caminos
serpenteantes, difusos, quebradizos; nos motiva para una contumaz superación de
obstáculos.
Prueba de todo ello, somos fuerza,
somos arrogantes, somos brillantes, somos superficiales, somos profundos y
somos espíritus. Somos almas pasajeras con un afán irrefrenable de
persistencia. -¡La humildad es un buen acompañante en el Día de Difuntos!-
Insistimos en una permanencia que
no es nuestra. Solo Alma y Espíritu nos pertenecen. ¡Lo demás,
zarandajas y otras pataletas!
¡No digamos: hagamos; no suspiremos: obremos!
Luz de espíritu libertador,
nuestro valor más estimado:
Motor de este
mundo; motor de pasados vividos;
Motor de presentes
inciertos; motor de futuros sin futuro.
La
espiritualidad, como la obra suprema del Creador…
Nieve correteando
por sienes encanecidas,
Aguas primigenias,
alimentando luceros marchitos,
Tanto dolor y
tanta luz; desplazándose de norte a sur.
Desde las primeras
luces, hasta las costas del difuso mar,
Espíritus
maltrechos, tierras en ebullición,
Caos al acecho;
toros embistiendo.
Nuestro bien más
preciado,
Tanta luz y tanto
dolor,
Descendiendo desde
las altas cumbres hasta el mismísimo fuego abrasador.
Luz de espíritu
redentor,
Motor de este
mundo,
Motor de futuros
en expansión.
La
espiritualidad, como motor de la PERSONA…
La revelación, como lo íntima manifestación
de algo…. La razón, como el corsé cartesiano que limita y mutila la conexión
entre mente y espíritu. Desde el principio hasta el final, somos alma, somos
intuición, somos abstracción y somos una sublime deflagración. ¿La meta? La
liberación del alma y, por ende, de la PERSONA:
Rayos divinos,
mescolanza de existencias,
Luz, oculta en
ciénagas pantanosas,
Amón se hizo Ra
por una gracia divina.
Costas
embravecidas…
Céfiro saturado de
brisa marina,
Remansos de paz y
de fina lluvia.
Estanques
rebosantes de vida libérrima,
Desechos de
contiendas olvidadas,
Todo desapareció,
incluida la luz del día.
Barrancos
empecinados…
Bosques
calcinados, grises marchitos,
Espasmos de dolor,
sin hálito de vida.
Lo que se fue
volverá,
Regresará con más
fuerza,
De noche y de día,
Desde las sombras
más profundas,
Costuras
inacabadas de un infausto tiempo,
Mañana… mañana
será otro día.
Santiago Peña
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