*
* *
Veritas enim non tacebo
¿Qué entendemos sobre esta excelsa, y parcamente
reconocida, Virtud?
En esencia, como asentamiento y sostén del resto de
Virtudes, nos indica que seamos conscientes
de las limitaciones y flaquezas propias. Es decir: en “actuar en consecuencia”.
“Sólo
sé que no sé nada”. Sentencia (atribuida al Padre de la Filosofía Occidental, Sócrates) que sintetiza,
magistralmente, esta infravalora Virtud, resume el “Alfa y Omega” de la Sabiduría.
“Conócete a ti
mismo”. Esta máxima, determinante (que fue esculpida en el pórtico
principal del templo de Apolo en Delfos, Grecia), nos induce a “reconocernos” (conociéndonos en Verdad), comprendiéndonos y aceptándonos.
La antítesis de la Humildad es la soberbia, como sobrevaloración de uno mismo y el
consabido desdén hacia los demás. Este bajo sentimiento, primitivo, y anómalo, induce a clarificadores y ostentosos
estados de desprecio (ignorancia contumaz del entorno), una clara deformación
de la realidad, una más que evidente envidia hacia los semejantes y, por supuesto,
a una nula autocrítica. La opacidad hacia un@ mism@ está garantizada y, por influjo,
hacia todo lo que le rodea. Este prototipo de “personajillo” se comporta a modo de muro refractario; poseedor de “verdades” eternas e inviolables.
Por contra, la satisfacción del “encuentro”
con nosotros mismos, enaltece el Espíritu,
invitándonos a una comunión sólida, e inquebrantable, con el género humano y,
por ascendencia, con la Naturaleza.
Por lo que, la Humildad,
es el gran peldaño que nos permitirá poder alcanzar la Sapiencia. Las PERSONAS conocedoras de las Leyes del Cielo son depositarias
de la Verdad.
Luz eterna, infinita
Luz,
Alumbra nuestro caminar,
Buscadores
constantes,
Caminantes incansables,
Albaceas de la Verdad.
Santiago Peña
*
* *