domingo, 27 de febrero de 2011

SOBRE LA NOBLEZA DE ESPÍRITU

 

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De raíz latina “nobĭlis”: preclaro, caballeroso, ilustre, generoso, honroso, estimable, decente y digno. Se le podría catalogar como PERSONA distinguida por los hechos o Virtudes entre sus semejantes.

Se considera la verdadera Nobleza del hombre obedeciendo a la recta razón, tener un Alma justa y aderezada por la Virtud. Nada tiene que ver la cuna y la formación. Es un Valor intrínseco de la PERSONA, consustancial y natural.

Por la tanto, la Nobleza es un conjunto de Valores naturales que enaltecen a la PERSONA, dotándola de unas cualidades de Franqueza y Justicia Universal. Se podría decir que son PERSONAS que, en el día a día, denotan educación, buenos principios y urbanidad.

La PERSONA que emana Nobleza mantiene una línea de comportamiento coherente de acuerdo con los valores de Verdad y Justicia. Se dice que es de proceder Noble (“NOBLE DE ESPÍRITU”) porque, al igual que en la Honestidad, desprende Virtud.

En un lenguaje más coloquial: Ser Noble es ser una “PERSONA DE HONOR”.

En el caso contrario: Ser innoble es ser vergonzoso, infame e injusto. El deshonor no respeta a la PERSONA en si misma ni a los que le rodean.

La Nobleza expresa respeto por uno mismo y por los demás. La Nobleza ensalza la vida de sacrificio, objetivos claros y sinceridad.

El ser Noble con uno mismo induce a exigir la Rectitud en si mismo antes de buscarla en los demás. La Honorabilidad se vive en el recto proceder.

Se trata, a fin de cuentas, de Justicia, Rectitud y Honor.

La PERSONA que es de carácter NOBLE confirma sus palabras con sus actos.


Santiago Peña

 

 

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domingo, 20 de febrero de 2011

SOBRE LA HONESTIDAD

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La honestidad es un imperativo categórico. Me explico: es un conjunto de valores universales que dignifican a la PERSONA, dotándola de unas cualidades de sinceridad, justicia universal, búsqueda permanente de la verdad y, cuyo fin último, es la obtención del bien común. A este conjunto de valores, desde la ética, se justifica una actuación moral.

Dicho de otra manera: ser honesto es mantener una línea de comportamiento coherente de acuerdo con los valores de verdad y justicia. Se vive tal como se piensa y se siente. Una persona que es poseedora de CONCIENCIA, se dice que actúa (o puede actuar; no necesariamente) en CONCIENCIA; es decir: que procede con principios éticos y morales… Es de proceder bello (“la belleza del alma”) porque emana virtud.

En un lenguaje más coloquial se podría resumir de la siguiente forma: La PERSONA honesta es auténtica y genuina. Ser honesto es ser real…Ser una “PERSONA de VERDAD”.

En el caso contrario: Ser deshonesto es ser falso, ficticio,… impostado. La deshonestidad no respeta a la persona en si misma ni a los demás.

La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás. La honestidad tiñe la vida de apertura, confianza y sinceridad, y expresa la disposición de vivir en la luz. La deshonestidad busca la sombra, el encubrimiento,... el ocultamiento...

El ser honesto con uno mismo induce a buscar la verdad en si mismo antes de buscarla en los demás. Desde ahí que, uno, empieza a entender la realidad de la honestidad. La honestidad se asume antes de vivirla y se vive en la honestidad.

Se trata, a fin de cuentas, de: coherencia, congruencia, armonía y equilibrio; o asociación armónica entre el PENSAR, HABLAR, SENTIR y ACTUAR.

El ser honesto (La PERSONA) refleja, en sus palabras y a través de su rostro, la verdad que dice contar y en sus actos corrobora aquello que viene a decir.


Santiago Peña


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sábado, 19 de febrero de 2011

SOBRE LA HIPOCRESÍA Y LA COBARDÍA


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¿Qué se entiende por hipócrita?: Toda aquella persona que manifiesta i/o argumenta principios éticos y morales pero que, en su trayectoria vital, no los cumple.

En el fondo... ¡todos somos unos hipócritas!

La mentira de nuestros actos se manifiesta y nos desnuda en nuestra falsedad.

Nos jactamos de criticar a los demás por sus supuestos actos reprobables y somos los primeros en no aplicárnoslos. Una vez más entramos en una incoherencia y falta de equidad. “Perdonamos” nuestros fallos pero no aceptamos un pequeño desliz de los que tenemos enfrente.

¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nuestros iguales? ¿Con qué legitimidad moral puedo acusar de un acto deshonesto a alguien que actúa de forma similar a uno mismo?

El ser una persona “auténtica” (coherente) es un riesgo que, por cobardía, muy pocos estamos dispuestos (y me incluyo) a asumirlo en sociedad.

“Transmitimos” dos grandes pecados inherentes de la persona incompleta (la gran mayoría de todos nosotros): hipocresía y cobardía, ¡la no sapiencia!

Somos hipócritas por miedo y cobardes por desconocimiento de nosotros mismos y, por ascendencia, del entorno en el que nos desenvolvemos.

Por todo ello: Somos farsantes de nuestros propios escenarios, posiblemente, porque no nos gustan. En el fondo no nos esforzamos en conocerlos ni en comprenderlos. Nuestra “realidad” la conformamos... ¡la manipulamos!

El fallo principal de nuestro deambular existencial es en erigirnos centro de nuestro particular “universo”, cuando la realidad es que… ¡somos satélites del mismo! La humanidad, en su humildad infinita, tiene que abandonar ese pedestal, que no nos corresponde, asumiendo un papel subordinado de adaptación al medio y no al contrario. Por lo tanto tenemos la obligación moral de sintonizar con el universo entrando en concordancia con él. La armonía obtenida nos proveerá de la coherencia que nos otorgará ese plus en la escala de la evolución. Mientras no demos ese paso transcendental seguiremos siendo seres tecnológicos pero, intrínsecamente inmaduros y por ende, incompletos.

…En el fondo del pozo de la ignorancia se encuentra la luz de la sabiduría…



Santiago Peña


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domingo, 6 de febrero de 2011

UNA BREVE APROXIMACIÓN SOBRE LA MUERTE DESDE LO HUMANO A LO DIVINO

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La muerte es un estado, un tránsito, la verdad suprema, la perfección del alma, la paz absoluta, la quietud. La unión perfecta de lo creado con el creador.

La muerte, como concepto, nos atrae y nos repele. Sentimos fascinación y temor a lo que no entendemos ni comprendemos: nuestra desaparición física de la realidad del mundo.

La querencia de que seamos relegados (“borrados”) del lugar en el que hemos transitado nos produce angustia, desazón y pavor. Lo divino, por poseer la inmortalidad, nos trasciende y nos “acoge”. Nos sentimos protegidos y amados (no olvidados). Una vez cesadas nuestras funciones vitales, y desde la espiritualidad, nos “abrazamos” a la Inmortalidad del alma como fin último de nuestra pervivencia.

La muerte (física) de una persona es el lapso más transcendente de un ser que es consciente (o debería serlo en la mayoría de los casos) del acto último.


De este hecho culminante, desde lo espiritual, surten las siguientes conclusiones:

-La muerte surge de la vida y la vida de la muerte.
-Morimos cuando nacemos y nacemos cuando morimos.
-Morimos mientras vivimos; el crecimiento y/o la evolución es la prueba…
-El nacimiento es muerte. Si no naciéramos no moriríamos.


Sobre el Creador:

-Dios no nació y siempre existió. No muere porque nunca ha nacido.


El hombre adquiere la calidad suprema cuando abandona la biología de su cuerpo corrupto, elevando su alma a un nivel superior y significándose en la divinidad.

De todo lo dicho admitamos la única verdad incuestionable: hay que aceptar la muerte (nuestra muerte) con entereza y plenitud. Vivamos de una forma íntegra, con una coherencia intachable, con una ética incontestable y en armonía con el TODO que nos rodea.

El microcosmos (el hombre) tiende, en un viaje de ida y vuelta, a reunirse con el COSMOS: origen y fin de todas las cosas.


Santiago Peña


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