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No es lo mismo la libertad material, que la libertad espiritual
En la presente sociedad/civilización occidental,
por su carácter eminentemente hedonista (sensitivo) y material, impera el deseo
irrefrenable del poseer: "Tanto
tienes, tanto vales".
La llamada libertad por disponer (o por el querer
poseer, y por desear o aspirar a tener, aquello que "disfrutan" otros), es la confirmación de un vacío permanente,
inconfesable y no entendible. No asumible. Esa supuesta libertad es malsana y
falsa.
La libertad
no es un concepto en el mundo de la materia. La falta de libertad física,
ocasionada por un cumplimiento de condena, no nos interesa. Hablemos de la
libertad de conciencia, de pensamiento, de poder expresarnos en una permanente
realidad de las cosas, de vivir en la verdad y de una búsqueda del conocimiento
sin temor a equivocarnos. Refirámonos a
la libertad de ser.
A día de hoy no se valora
a la PERSONA por sus variadas y
prolíficas virtudes. La búsqueda de la libertad material,
utilitarista, y del goce, se instaló en el, eufemístico, progreso y en la
modernidad; minando, y deteriorando, la estructura de la ordenación genuina de
la sociedad. En otras palabras: la racional
organización de la actual civilización. Es decir: el Logos Social.
La envidia es señora omnipresente de miserables subsistencias. La intolerancia es reina de príncipes y
mendigos. La mentira es concubina de
timadores y esbirros. La apariencia
es prima de hipócritas y fingidos. La arrogancia
es hermana de la vanidad y del orgullo. Todo aplasta. Todo huele y todo se
oculta. Nada es lo que pretende ser. La miseria
campa "libremente" en infantes
y excluidos. Todo es fugacidad y nada se ennoblece.
Somos cirios apagados o, en
su defecto, disminuidos. Esta sociedad desconecta corazones, adormece
conciencias y mutila humanidades. Esta civilización enaltece insanas envidias.
Esta sociedad es pura gangrena. Pudre cándidas almas; alimentado una infinita
tormenta de restos exhumados, pero no fenecidos. Se puede morir de pena; se
puede vivir sin aliento. Mutación del alma; conducidos a un disonante suspiro;
arrojados a un imperceptible suicidio.
Lucifer cayó, pero
venció. Lució tan intensamente que se fundió. Se abrasó su corazón. Derritió su
alma, destruyendo su luz. Las artificiales luces de neón son los fastos de la indiferencia
y de su permanente laxitud.
De la materia no se puede obtener libertad
Nobles espíritus, recojamos
sus ardientes desechos. Las cenizas de su maléfica existencia siguen aquí,
todos los días y en todos los recovecos. Son restos materializados,
solidificados y pétreos. Convertidos en sólidos muros de intolerancia, maldad y
animadversión. La falta de libertad de espíritu es la prueba
palpable de su obscena lobreguez. Solo percibimos reflejos de un falso albor;
de una quimérica luz. La obstinada obscuridad nos envuelve en un manto de
indescriptible desazón e inconmensurable desamor...
¡Atalayas de la
esperanza!
¡Nobles árboles de
la tenacidad!
¡Sublimes ráfagas
de candor!
¡Valles de
vigorosa pasión!
¡Todos locos!
¡Todos fugaces!
¡Todo es
inconstante!
¡Nada se mantiene
y todo se deshace!
¡Paladines de
espíritus acobardados y deprimidos!
¡Expulsemos la
ingratitud de materia, en constante putrefacción!
¡Seamos dueños de
espíritus bienhechores!
¡Seamos
conquistadores de los abismos del tenebroso averno!
¡Adoradores de altares
perversos, perderos en el justiciero desierto!
¡Nada tenéis que
aportar; mucho por violar y robar!
¡Huir con lo
puesto y, por supuesto, llevaros vuestras almas ladinas!
¡Menos que paupérrimas;
menos que mezquinas!
¡Llevároslas y quitaros
la vida!
¡Lo mismo que
hicisteis con vuestras ultrajadas víctimas!
¡Asesinadas en su
esencia!
¡Enterradas vivas!
La libertad de ser, es libertad
Santiago Peña