martes, 11 de agosto de 2020

SOBRE LA MELANCOLÍA

  

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 La Melancolía como estado transcendente del ser humano

 

La duda de la Melancolía: la alegría y la tristeza, o como estar situado en un estado intermedio entre las dos. Es, por tanto, la frontera que nos lleva a la crisis permanente del ser. De la PERSONA pensante. Del ser existente que se cuestiona a sí mismo y que, a su vez, todo lo cuestiona. Por lo tanto, se puede considerar una Virtud y, como tal, una Templanza. Y, las dos, claves en la consecución del espíritu de la PERSONA.

En cambio, el nihilismo, como antivalor, es una fuerza (innata) destructora de la propia humanidad y es el gran inminente vencedor de la ruina de valores de las sociedades globalizadas en las que (no) nos hallamos. Los falsarios “estados del bienestar” son infiernos aclimatados, y decorados, para pervivir en la sumisión. Por tanto, el melancólico, no es un ser triste ni enfermo. Pero sí es PERSONA en una franca disolución de su unidad. Por todo ello, el melancólico, es un ser amenazado y reincidente de una “enfermiza, y cronificada, terquedad”… El drama de todo ello es: una gran parte de la sociedad nutriéndose de variopintas, y vacías, imágenes envueltas en una escandalosa “alegría” multicolor. El arcoíris en un permanente fulgor. No se viven, ni trascienden, dramas, ni se lloran tragedias de una abandonada comunidad…

Prueba de todo ello: no vende la tristeza; no vende el drama de la soledad; no vende las (crueles) muertes en las residencias de mayores; no vende la pobreza infinita de una gran parte de la población; no vende la aborrecible injusticia social. Nada de eso vende. Y, menos, vende la Verdad.

En contraste: vende la pasajera juventud (una juventud sin referentes y sin el más mínimo respeto a sus ancestros de mediana y/o longeva edad); vende la fétida propaganda; vende los grandilocuentes fastos; vende la “obsoleta” modernidad; vende las fugaces, y resplandecientes, luces de una pertinaz oscuridad; vende la materia evanescente y pueril. Y vende todo lo que no sea Verdad.   

El divorcio con la sacralidad de las cosas nos lleva, irremediablemente, al suicidio colectivo de toda la humanidad. Una humanidad corrupta, acrítica y jactanciosamente “pseudoperfecta”; que nos hemos empeñados en fomentar, airear y consumir. Vivimos del engaño y para el engaño. No queremos responsabilidades y, mucho menos, pensar. Porque pensar significa criticar y cuestionar. Y eso, necesariamente, no es vivir en una búsqueda constante del “anhelado” bienestar.

La Melancolía, como fuerza interior de (re)construcción del ser, es (re)generadora de almas librepensantes; fustigadora de espíritus dormidos, casi difuntos… Es necesario alimentarnos de la infinita luz; de una delicada paciencia. De reconvertirnos en artífices de nosotros mismos. De modestos “magísters” de la sobriedad, de la tenacidad, de la honestidad y de la Verdad. Este mundo, casi extinto, tiene salvación. Desde la prístina sencillez de nuestra inmaculada concepción. En este virginal, e inapreciable, punto se haya la clave de bóveda de nuestra humanidad. Ahora, por desgracia (casi todos), asesinos de otros hermanos. En un deseado (y previsible) mundo seamos salvadores de nosotros mismos: ¡Porque no habrá otro igual!

 

Como punto final, plasmemos una breve pincelada de poesía:

  

Muerte y felicidad; muerte y paz,

El vivir en un mundo de espanto, y terror, no es malvivir,

Es, simplemente, no vivir y, por tanto, un desear morir.

 

¡Vivamos!

 

Santiago Peña

 

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