domingo, 9 de abril de 2023

LIBERTAD Y FELICIDAD; LO HUMANO Y LO ETERNO

 

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Introducción:

 

La PERSONA, en su (teórica) trayectoria ascendente hacia la humanidad, se encuentra, irremediablemente, con su eternidad, con su transcendencia y con su luz. Lo Eterno nos hace humanos, madurando como PERSONAS, espiritualmente anhelantes de Sabiduría y de Paz. De una paz deseada; perpetua, de este a oeste y de norte a sur.

¿La Felicidad? La Felicidad, es otra cosa. La Felicidad es la hermana olvidada de la Libertad. ¡La Felicidad! La Felicidad, a lo largo de nuestras cortas vidas, son fragmentos, temporales e intensos, de bienestar. Por todo ello: habremos vivido, o no. Pero, moriremos, este es nuestro seguro final. Posiblemente viviremos en el recuerdo de las PERSONAS que nos amaron (y que nos padecieron). Seremos recuerdo de nuestros allegados. Seremos eternos. El pensamiento de uno se extinguirá, como gotas en el mar. De un mar imperecedero. De un mar azul. De un mar de amor. Seremos partículas; pereciendo en la inmensidad de un océano de deseos y silencios. De un silencio adormecido por las olas de un mar difuso. De un mar interior. De un mar de pensamientos póstumos. Los últimos serán los primeros. Los primeros serán los últimos, en un ocaso sin final. De liberación, en fin.

La Libertad, al igual que la Felicidad, son dos estados (emocionales) agudos e ilusorios. Es decir: relativos y efímeros. Normalmente, de corta duración y mutuamente interactivos. No obstante, existe un reducido número de PERSONAS que (exclusivamente), desde la espiritualidad, pueden llegar a establecer un estado permanente en el tiempo; combinado de Libertad y, consecuentemente, de Felicidad. En cambio, la otra (la libertad material), ésa es exclusiva de unos pocos. Y no necesariamente viene acompañada de una sincera y plena Felicidad.

 

La Transcendencia como un potencial camino:

 

 

Viajo y no me muevo; no viajo y me muevo

El movimiento, tanto el material como el espiritual, nos provoca una sensación de Libertad. Y así, esa encumbrada impresión de Libertad, nos induce una cierta Felicidad. No hay límites: ni espaciales ni temporales. Todo es movimiento, y, a la vez, quietud. Y de esa quietud se consigue la Paz. Una Paz infinita y eterna; rebosante de Felicidad.

 

La Libertad y la Felicidad, sí son posibles


Toda PERSONA que percibe, en un momento dado de su quehacer existencial, un nivel de Libertad, tanto si ésta es adquirida como innata, puede llegar a obtener (más o menos) un estado de sublimación, satisfacción o éxtasis, también llamado vibración, y, por tal motivo, logrará a alcanzar, lo que se conoce como, la Felicidad.
 
Destinos ignotos. Esotéricos destinos. Nada sabemos: ¡ni el primer serafín! Luces desvanecidas en vida, brillando en un flamígero fin. Somos soles moribundos, desde nuestro primer albor. Velas ínfimas. Pero, siempre, luces. Pequeñas o grandes: destellos etéreos, luminiscencias sempiternas. Pináculos refulgentes, incorpóreos, cumbres de la excelsitud. Almas ascendentes en un traslado de ida; sin remisión. La luna de la vida llora nuestra partida, sabedora que se extraviaron los billetes de vuelta. De un regreso imposible, de un quimérico viaje liberador… 

Nada hay más humano que la PERSONA moribunda, consciente de su fehaciente final. De un final sin fecha de caducidad. Alientos redentores, espíritus humanos, hálitos de luz. De una luz que se desvanece en el presente pero permanecerá en la memoria colectiva de toda la humanidad. La humanidad es una y universal. Por lo que la humana presencia de uno es motivo de felicidad de deudos, de padres y de hijos. De una Verdad perfecta. Porque la Verdad es perfecta; no así la interpretación que unos y otros dicen tener de ella. La Verdad es una. La Verdad no se posee: ¡la Verdad, es!

Y, esa misma Verdad, nos habla, nos acuna, nos embelesa, nos adormece y nos acompaña. Como plañidera enjuta, como estrella adormecida; sumida en una quietud bella. En una eterna y completa quietud.

 

Conclusión:

La verdadera Libertad y, por ende, una Felicidad perdurable en el tiempo, las dos, han de ser inquebrantables, armónicas; luminosas, desde las primeras luces del alba hasta la finalización de ese mismo día. La PERSONA, como una partícula más de la Naturaleza, es parte de ella; se debe a ella. Ha de amarla, ha de respetarla y ha de honrarla.

Su grandeza: la intangibilidad de una existencia plena.

Y, su culmen: la insignificancia material de las cosas.      



Santiago Peña

 

 

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