domingo, 1 de diciembre de 2013

SOBRE LA TEMPLANZA Y… UN POCO MÁS ALLÁ


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La voluntad que crean las exaltaciones es la que accede a trocar en acciones nuestros pensamientos.

¿Por qué se apreció durante muchas centurias, y en gran medida, la Virtud de la Templanza? ¿No es una Virtud de puritanos incompetentes en deleitarse de la profusión y del desenfreno? El comedimiento parece castigarnos a la ordinariez. Hay en ella algo de tibieza, y nada menos que Dios dice en la Biblia: “te repudio porque no eres ni gélido ni ardiente”.

En este caso, como en otros tantos, el uso ha deformado las palabras, revertiéndolas en vagas y ambiguas. Para rescatar a la Templanza de su anodino actual significado (moderación en el comer y en el beber) alcanzaremos en pergeñar dos vocablos muy relacionados: temperatura y temperamento. Los dos proceden del verbo latín  “temperare”, que expresaba “benévola naturaleza”, “la proporcionada dosis o graduación de algo”... En muchos pueblos de la comunidad valenciana, cuando a una PERSONA se la considera de estampa equilibrada (tanto es el aspecto físico como de carácter), se le dice “templat” (templado). En el caso del clima, se refiere al tiempo no extremado, es decir, templado. Así mismo, en metalurgia, se define como el equilibrio resultante del acero tratado, entre dureza y elasticidad; la buena espada debe aportar reciedumbre, fuerza en el golpe y, a la vez, flexibilidad, para no resultar quebrada por el impacto. Los antiguos galenos suponían que nuestro cuerpo estaba reglado por cuatro humores: sanguíneo, flemático, melancólico y colérico; llamando temperamento a la mescolanza de los mismos. Cuando  en el ámbito de la psicología moral comenzó su manejo lo hizo mudando la palabra griega “sophrosyne”, representando la buena mesura de las exaltaciones. Por todo ello, el libro que rigió a lo largo de los postreros siglos la educación griega, la Ilíada, ya loaba esta Virtud reguladora. El argumento principal de la acción (de este universal relato épico) es la ira, la rabia desmesurada de Aquiles, y en el que, el anciano Néstor, señala de los infortunios que acarrea la destemplanza.

Por lo que, la PERSONA de carácter templado, ha de ser recio en el envite pero dúctil en el trato, cual caña de bambú: flexible ante la fuerza del contrario pero, persistente  durante todo el asalto.

Sin embargo, no olvidemos que, a toda acción de Amor y Misericordia, fluye una fuerte e innegable dosis de pasión. De las pasiones tomamos la energía para la acción. Sin ese arrebato, nuestra razón puede ser muy sagaz, pero es impedida, como han confirmado las disciplinas neurológicas. Si se escinden los vínculos neuronales del lóbulo frontal (razón) con el lóbulo límbico (pasión), la PERSONA afectada, conserva su capacidad de pensar incólume, pero es totalmente inhábil en la acción. La pasión es ansiada por su fuerza, pero terrible por su descontrol. La penosa labor de penetrar de inteligencia las pasiones – ¡no de inutilizarlas! – se le confió a la Virtud de la Templanza, también llamada Inteligencia Emocional.

Asimismo, la medida perfecta entre estos dos estados, la llamaremos Armonía.

Como síntesis a todo lo expuesto, y… dando un paso más allá (tanto desde una visión Metafísica, al igual que Cosmológica), diremos que:
  1. Cualquier proceso (o procesos), químico, físico, biológico,… etc. se rige por la Ley del Equilibrio 
  2. Todo tiende, o debería de tender, hacia el punto medio; verdadero estado de gracia de la PERSONA, así como de la Naturaleza (Cosmos); a fin de cuentas, la anhelada Armonía.
  3. El resultado final, de cualquier evento, será cero. Por ejemplo: todo acontecimiento meteorológico se debe a una inestabilidad entre dos áreas adyacentes (se producen corrientes de aire por diferencias de presión y/o temperatura entre dos puntos) y no finaliza hasta que las dos zonas en cuestión acaben adoptando el mismo valor.



Conclusión


Todo el Universo (o los infinitos Universos que pueden, o pudieran, existir) tiende al equilibrio, es decir: al punto cero o reposo absoluto. Por lo que todo tipo de manifestación, (energética, psíquica, bioquímica,…etc.) que encarne la existencia de algo, es fruto del desequilibrio.

Por lo tanto, el día que el género humano (o el Universo) alcance la sublimidad habrá conseguido la mesura necesaria, es decir: su perfección implicará su desaparición.


¡Todo atisbo de movimiento,  o vibración, se habrán desvanecido y la Nada reinará en el reverso  del infinito!


¡No hay momento más supremo que la Quietud, estado permanente de la Contemplación; habremos alcanzado la ansiada Paz y, por ende, la absoluta Felicitad!


Santiago Peña


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