domingo, 14 de junio de 2020

PERSONAS Y DIOSES


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La humanidad, en su inmensa soledad, ha sido forjadora de toda clase de divinidades: justicieras, bondadosas, moralizantes, amorosas, tiránicas y, sobre todo, liberticidas.

Las necesitamos y por éste porqué (casi) siempre disponemos de ellas. En los tiempos actuales las tenemos un poco “de capa caída” pero… “tiempo al tiempo”. El Eterno Retorno es consustancial al Universo y, por ende, a la PERSONA.

Gracias a este principal argumento, a toda esta pléyade de deidades, les pedimos aquello que deseamos y que jamás poseeremos: La Vida Eterna (o, como mínimo,  una fructífera longevidad)… y… "otros complementos": felicidad, ¿riqueza?, paz, compañía, justicia y fuerza (esperanza) para seguir adelante.

El ser humano necesita referentes motivado por una manifiesta, e inherente, imperfección

Fruto de esa innegable verdad ese Ser, que surge de nuestro interior más profundo, se comparte con la tribu y, a su vez, se le dota de todos los atributos de los que los humanos carecemos: Perfección, Omnisciencia, Omnipotencia, Sabiduría, Eternidad, Omnipresencia, Inmanencia, Infinitud, ¿Omnibenevolencia?, Transcendencia, Verdad, Unidad…

El hecho religioso es consecuencia de todo lo expuesto: cada Dios, o conjunto de ellos, precisa de su “parroquia”, formada por el vicario (de la divinidad, en cuestión) y todos sus lacayos. El alto clero, y gracias a su preeminencia (intercede por todos nosotros), vive muy bien y el resto (incluida la feligresía) no tanto. Pero, eso sí, todos los días dándoles las gracias “a los de arriba y a los de abajo”.

Las creencias, o credos, siempre estarán con nosotros porque (casi) todos necesitamos estar “religados”. Somos unos tiranos de nuestras propias existencias; la protección implica pérdida de libertad. Por ello, no somos libres porque no somos conscientes de que no queremos serlo. Por lo que es un hecho incontestable que todos somos espíritus pero, no todos, queremos ser, verdaderamente, libres. Y es así como las ovejas tienen sus pastores. Los místicos y muchos librepensadores no siguen al rebaño y, por tanto, no se sienten “religados” (religiosos). Sin embargo, el sentirse profundamente espiritual nada tiene que ver con ser seguidor, o creyente, de una determinada confesión religiosa.

La Espiritualidad es, por tanto, Fuerza de Vida y Autenticidad de nuestro ser. En definitiva: Dignidad, Identidad, Verdad, Realidad y Proyección hacia los demás.  


Santiago Peña


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