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Introducción
El Narcisismo (egolatría o vanidad) se refiere al mito
de Narciso, amor desmedido a la efigie
de sí mismo. El Narcisismo es el afecto excesivo que dirige el sujeto sobre
sí mismo tomado como objeto. Es decir: PERSONA que cuida en demasía de su aspecto particular, o se precia de
seductor; como prendado de sí mismo (DRAE).
Sí
más bien se puede atribuir a un orden de atributos conformes a una personalidad
corriente, el Narcisismo también puede
revelarse como un perfil patológico en grado extremo en cualesquiera desarreglos
de la naturaleza de la PERSONA, siendo
conocido como Trastorno Narcisista de la Personalidad, en el que, el paciente,
sobrestima sus destrezas, exteriorizando ostensiblemente una gran necesidad de ser
admirado, y confirmado, permanentemente.
Estos
desarreglos pueden mostrarse en un estado tal, que se perciba inexorablemente alterada
la destreza de la PERSONA para mantener
una trayectoria vital apta, o armónica, al presentarse dichos atributos en
forma de un inmenso egocentrismo y un claro menosprecio hacia las necesidades y
sentimientos de los que le rodean. La psicología más docta razona que el Narcisismo patológico concuerda con una
real escasa autoestima o, en el mejor de los casos, desacertada.
Hay
que hacer una consideración previa acerca del llamado Narcisismo patológico: desde los primeros estadios de la infancia,
pasando por una sana adolescencia, hasta su total conformación como PERSONA, unos leves rasgos Narcisistas son más que equilibrantes
para una mejor percepción de uno mismo respecto al resto de sus semejantes.
Antecedentes mitológicos
La ninfa Eco era una oréade (ninfa de la montaña)
que, con su extraordinaria voz, enamoró a Zeus. Hera, esposa del padre de todos
los dioses, celosa de la bella ninfa; sospechando que había sido poseída por el
fogoso e infiel dios, la castigó, de por vida, a repetir la última palabra de
la PERSONA con la que tuviera
plática. La desventurada, apartándose de sus congéneres, se refugió en la profunda
arboleda.
El
pastor Narciso era hijo de la ninfa
Liríope. La madre preocupada por el futuro de su amado hijo, consulta al
adivino Tiresias. El mensaje del vidente es claro: "llegará a la senectud
mientras que jamás se conozca a sí mismo".
El encuentro: La hermosura del mancebo es
notoria en todo la comarca, pues todas las ninfas del término enamoradas de él
están. Un día, en la espesura del bosque, Narciso
se despista embriagado por la belleza del lugar. Descansando, Eco lo sigue en prudente distancia. La
desdichada no puede dirigirle palabras de amor gracias a la consabida
maldición... solo, del interlocutor, su última palabra. Al oír pasos,
sobresaltado Narciso, pregunta...
¿quién está ahí?... ¡Ahí!, respondiendo Eco.
En un arranque de pasión la ninfa abrazarlo intentó pero, el vanidoso efebo, la
apartó; expresándole de forma grosera su malestar. La pobre Eco, con el corazón destrozado, se
retiró hasta el final de la humanidad, en una lóbrega cueva, quedando el eco de
su tenue voz como el único remero de su marchita, y extinta, presencia.
Némesis, diosa de la justicia
equitativa (y la que abate a los altaneros), sabedora del vilipendio del
petulante mancebo, atiende (rauda y veloz) a los rezos de la humillada y
agonizante ninfa, mediante una
contundente y justiciera maldición: "Narciso se enamorará de su propio reflejo".
La
ingrata, e irreversible, condena a loar sumisamente y repetidamente la supuesta
belleza (o magnificencia) de otro, hasta el hastío: Eco. Una bella flor ostenta el desgraciado honor de llevar el
nombre del ser más cruel, soberbio e inmaduro de la Tierra: Narciso. Esta
hermosa flor, con un olor penetrante y arrebatador, surgió de las mismas aguas
donde se ahogó el incapaz y miserable rabadán.
El (no) mito en nuestros tiempos
La sociedad de hoy en día se reparte entre Narcisistas y sencillos (pusilánimes) "acomodaticios". Una parte –nada desdeñable- desempañan el
papel de Narcisos y la otra –no
menos importante- de simples y serviles Ecos.
El inhóspito mundo “moderno”
en el que malvivimos (una gran mayoría) es un imago deforme de sí mismo. Todo
es hipocresía y falsedad; espejos contrahechos. Por un lado: el cruel inmaduro
y ególatra acomplejado. Por el otro: simples aduladores encerrados en cavernas,
consumidos en su mezquindad y pobreza de espíritu; el cínico, hipócrita,
imitador y consentidor de la eterna inmadurez de famosos y/o poderosos. ¡Eso
somos!
En el fondo todos tenemos algo de Ecos y Narcisos. No
existen Narcisistas puros ni
aduladores perpetuos. No obstante, siempre habrá ejemplares contumaces e
irredentos en los dos lados del existencial entramado.
Eco, repitiéndose;
motivada por su propia naturaleza; maldita desde sus orígenes; en sí misma
consumida; ninfa de la eternidad. Narciso
reinando en el mundo de Eco. No
Existiría el halagado si no existiese el halagador. Todos somos culpables de
los incurables Narcisos. Narciso, ahogándose en su propia
inmadurez; henchido en su detestada burbuja de cristal; ingenuo brabucón; pavo
de plumaje caduco; lechuguino desclasado; desfasado de su entorno real... Eco, servidor de rey sin corona, no
sigamos engañando y no tergiversemos la cruda Realidad. La Verdad es
solo una. Los Narcisos son la
mentira de sus pobres existencias: no se conocen; tienen pavor a (re)conocerse
y a revelarse como son en su Integridad.
El adulador, e hipócrita, no es digno en su proceder. En el fondo es un
mezquino; es un engañador; es un falso y es un mercenario a la espera de su
pretendida recompensa material. El premio del Narcisista, hacia el servil, se traducirá en forma de una aparente
amistad, ascenso social (contactos) o profesional. Pero,... al final... ¡todo vacuidad!
El Narcisismo colectivo en la era de la postmodernidad
Las
naciones son Narcisistas, porque Narcisistas son sus pobladores. De
igual manera lo expresó la Alquimia:
"lo que está arriba, está
abajo" y que "lo que está adentro, está afuera." Así que
podemos reflexionar que lo que acaece en el proceso evolutivo de la PERSONA, igualmente acontece en el
proceso evolutivo de las civilizaciones/sociedades. La sociedad/civilización occidental
es Narcisista en su raíz y en su Esencia. La misma sociedad fomenta el Narcisismo, con campañas permanentes (de
imagen) de las excelencias del sistema. Es endogámica, egoísta y
excluyente. Las democracias liberales son la referencia a imitar i deificar; no
hay nada mejor que "las bondades del
sistema de libertades que nos hemos dotado". El resto de pueblos y/o sociedades
son condenables y, por tanto, a eliminar. Por todo ello, la agresividad innata
de los Estados es fruto del desconocimiento… como respuesta a un miedo atávico de sus Narcisistas habitantes. Vecinas poblaciones masacradas (torturadas
y humilladas) se transforman en pueblos agresivos, violentos, enemigos de sus
asesinos. Invasores, conquistadores de tierras y destinos. La tierra, como
defensa (y fortaleza) de lugares, haciendas y contiguos: conforme se invade y conquista
más territorio, más seguros y más fuertes nos sentimos. El amor a la patria es
el amor a la tierra de tus difuntos. Espíritus protectores; espíritus asesinos.
En síntesis: sí como PERSONAS inmaduros
somos, en sociedades inmaduras malvivimos.
¿Cómo dejar de ser Narciso?
Madurar, o como manifestar lo que realmente eres. Ser uno. El
conocimiento de uno mismo llevará felizmente a la muerte de nuestro particular Narciso. No escuchemos los innumerables
Ecos que nos rodean. ¡Son ruido y un
nimio artificio!
Es necesario confiar en sí mismo. Seamos conscientes de nuestras
limitaciones; dotémonos de actos sinceros, de Fuerza, de Sencillez y,
por encima de todas las cosas, de Humildad.
No somos mejores que los demás. Solamente somos diferentes. ¿Necesitamos de reconocimiento,
un reconocimiento sincero, justo y legítimo? Si no nos lo merecemos no osemos
en reclamarlo. La Humildad es lo
contrario al egoísmo y, sobre todo, a la inmodestia. En esta pútrida sociedad
nos sobra vanidad pero, lamentablemente, andamos muy escasos de Humildad.
El mayor reconocimiento es ser uno mismo. Reconocerse como se es.
No esperes el reconocimiento de los que te rodean, de tus superiores, de tus
subordinados, de tus amistades, de tus compañeros de trabajo, de tu pareja, de
tus padres, de tus hijos, etc. ¡No esperes nada de la sociedad! ¡Eso sí, da
gracias por vivir; por seguir manteniéndote vivo; por seguir luchando; por
caerte y volverte a levantar; por estar dándote de golpes en la pared pero
manteniendo tu dignidad!
Las futuribles PERSONAS,
que han de germinar, se proyectarán en una resurgida sociedad. Una nueva
sociedad más justa, más conocedora de sí misma, más humana, más entendida de las
otras. Por lo tanto, al (re)conocerse, no deberán temer nada de las demás. Todo
ello se traducirá en relaciones más francas, más fraternales, más armónicas y,
por lo tanto, menos agresivas con el entorno, con los vecinos... ¡con el resto
de la Humanidad!
¡Seamos Némesis; seamos Justicia; seamos Verdad!
Santiago Peña
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