* * *
Durante el intervalo de
nuestra corta existencia, "disfrutamos"
de una primera etapa de asunción: crecemos,
físicamente, tomamos conciencia de nuestro deambular existencial, seguimos
creciendo... hasta madurar (físicamente); la maduración no significa otra cosa
que hemos dejado de crecer (físicamente)
pero, nada más. A partir de los cuarenta-cincuenta -algunos antes- nos empezamos
a cuestionar muchas cosas que, en tiempos pretéritos, dábamos por asumidas y, a
partir de ese instante, comenzamos a captar que lo evidente se hace palpable; que
el mundo no es como nos lo habían "pintado"
-¡Siempre imágenes! ¿Y la realidad? ¡La realidad no existe!- y que nuestra, ya
iniciada, decadencia, física, es permanente,… más o menos constante,
predestinada y con fecha de caducidad… ¡Así es la Vida!…
El Resplandor, en cambio, es una alucinación transitoria,… ¡es una
ráfaga de Luz; es el fuego; es una
explosión sublime de la creación; es un despertar; es la sublimación puntual, y
excelsa, de la Verdad!
La Vida es la prueba irrefutable de todo lo existente… Por lo que, desde
de una interpretación microcósmica (desde la Humanidad), nada tiene sentido. En cambio, desde una visión
puramente cósmica y trascendente, somos parte del Universo; somos materia de estudio, fruto del propio Universo, y somos consecuencia del
mismo.
En definitiva:
Somos el Resplandor;
somos el nexo del Universo con la Vida; somos síntesis del mismo; somos una
mota de polvo en la celestial inmensidad y somos la totalidad.
Santiago Peña
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