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la mutabilidad de la entidad para seguir siendo ella misma
Forma y Esencia
Todo cambio, o metamorfosis, es una simple mutación de la forma, no así de su esencia.
Los seres vivos (en su representación corpórea) nacen, crecen,
maduran y mueren. En cambio, su Identidad
se mantiene firme, inalterable. Es decir: en un estado de impenetrable
durabilidad. Eterna; imperturbable en su majestuosa infinitud. De igual forma,
objetos fabricados y destinados a infinidad de usos tienen su propia alma siempre
que hayan compartido su existencia con seres (supuestamente) inteligentes (no
necesariamente) y, evidentemente, poseedores de alma (humana, animal o
vegetal).
El Alma y, su “motor”, el Espíritu conforman al ser auténtico en toda su plenitud. El cuerpo
lo dota de temporalidad; de finitud, en un gradiente constante (o variable), de
transformación. La dinámica del objeto (material) preexiste en una supuesta
realidad palpable. En cambio, la estaticidad del Alma mora imperturbable en una verdadera realidad intangible.
¿Qué
entendemos por Realidad?
Lo que percibimos a través de los sentidos, se dice. ¿La Realidad es un sentir, es un percibir, es
un intuir o es una abstracción? Como concepto no determina lo absoluto, sino,
más bien, todo lo contrario. Los sentidos son receptores altamente subjetivados
y en absoluto fidedignos; de igual manera que son los sentimientos. Lo que
creemos ver pueden ser recreaciones idealizadas o simples alucinaciones de una
imaginación desbocada o portentosa.
La PERSONA y sus falsas imágenes
Una PERSONA, como
sujeto único e intransferible, puede llegar a recrear una variopinta proyección
de falsas imágenes. Expresado de otro modo: la imagen refleja los brillos y
efímeros destellos del irreal objeto que nos ha sido proyectado.
En conclusión: todo cambio es inevitable y constante (o
variable) pero, finalmente, ineludible. “El río, en su forma, ya no es ese río pero
(en esencia), sigue siendo el mismo río” (Heráclito). Y de igual
manera, la invariabilidad de las cosas no se puede dar axiomáticamente en el
mundo físico de la aparente realidad.
Todo cuerpo inerte, en su aparente estaticidad, mutará en
el tiempo (fruto de una incuestionable degradación) fusionándose con el
elemento base que lo sustenta o, simplemente, desaparecerá: “La
casa, de obra pétrea, fue destruida por la caída, en pleno vuelo, de un avión que
perdió el motor”. La realidad de la edificación damnificada es su segura
ausencia (a no ser que se decida su recuperación). En cambio, el más que
posible recuerdo de la construcción extinta nos indica la existencia de un alma
compartida por la totalidad de vidas que moraron en el hogar desaparecido.
Este mismo ejemplo se puede dar en casas con un final no
tan traumático como en el caso anterior; simplemente por un mínimo uso, o desatención,
de las mismas. En esta triste situación, y tras su abandono, la casa habrá
desaparecido tanto en el plano físico como en el plano espiritual: “han
paso más de veinte años y ya nadie se acuerda de ella”. Ahora sí que
“posee”
el certificado de su segura desaparición. No obstante, simplemente que haya
alguien que, en un momento dado, la llegue a mencionar resurgirá de su ruinosa presencia…
Más degradada, más difusa, más decrépita… Pero, su Alma seguirá presente. ¡Eso
sí!: siempre, insisto, que alguien la siga recordando.
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LA NECESIDAD DE RETORNAR AL ORIGEN
Vamos
alocadamente, y a muy a alta velocidad, para retornar al principio; corremos
precipitadamente para regresar al origen. Es la conclusión de vivir en un mundo
líquido. Más bien, gaseoso.
Es
apremiante recuperar la Luz. Desde la ominosa oscuridad;
descendiente infame de una falsa luminosidad. De una sociedad decadente
envuelta en un glamuroso albor. De empalagosos fastos encerrados un una
sociedad endogámica aberrante y en permanente putrefacción. En una descomposición
intacta e itinerante. Institucionalizada y servil. Ramplona y pueril.
Anquilosada y, a la vez, infantil. De una inmadurez orquestada e interpretada
por narcisos cacareando y aplaudida, mecánicamente, por una inmensidad de ecos sumisos
y resignados. Esclavos de un indeleble engaño. El hedor, en calles y plazas, es
imposible. Pestilencia disfrazada de aromas de jazmín. Saturados, hasta la
extenuación, de perfumes, de adormideras y… ¡“marías” a mil!
Por todo ello, es necesario una acción incruenta. “Una revolución de terciopelo”. Desde el pensamiento más inteligente; desde
la intelección madurada. A fin de cuentas: desde el sentido común. ¡Cadenas
quebradas, de una reacción sin parangón! ¡Abramos ventanas y ventilemos
mazmorras y butacas (aparentemente) cómodas de un aire ponzoñoso y sutil!
¡No digo nada nuevo; expreso una modesta verdad! Una verdad
dignificadora y transcendente; redentora de una humanidad sufriente, durmiente
y pueril. Hay multitud de “cándidos”
que preferirán el nulo esfuerzo, y la permanente sumisión: “¡Para que luchar, si no soy consciente de
esta -¡dicen!- humillante situación!”.
Los “inadaptados” -¡unos
cuantos!-, siempre desde las acciones más coherentes, quebrando el sistema: sin
tregua, con pundonor; con un inquebrantable ardor, con el corazón abierto y en permanente
expansión.
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La inconsistencia de lo relativo por no tener en cuenta al referente
El término relativo, deriva del
vocablo latín “relativus” (tener una relación). Por lo que: lo relativo se
define respecto a aquello que vendría a ser su referente. Pero si no se
reconoce a la referencia, por ser el único posible absoluto, se entra en una
flagrante contradicción lógica y, por ende, existencial.
En la actualidad más inmediata los
referentes (por ejemplo: éticos y morales) se han perdido en el marasmo de la
desmemoria permanente. Nada se ejemplifica y los actos (por aberrantes,
siniestros y nauseabundos que sean) se aceptan, por parte de una sociedad
narcotizada, con un toque de modernidad perversa. La autoridad no existe: se
impone el mando.
Por todo ello, como ejemplo en el
mundo laboral, se percibe en el ambiente una regresión galopante de principios
éticos y morales. Se priman el engaño, la envidia, la delación… La ambición es
un plus para demostrar que ¡si hay que “pisar
callos!” se pisan. ¿La amistad en
el mundo del trabajo? una entelequia perversa y florida. No se admira al
superior: se le obedece ¡por que toca! pero, no se le respeta. Es más: si hay
oportunidad, se le defenestra.
La apatía, por parte de trabajadores desinformados,
es una evidencia percibidas en mentes claras e incomodas para los de arriba. ¡Todos,
buenos productores!, y para nada críticos. El contestatario no es un perfil
adecuado. La crítica no es bienvenida, a pesar de demostrar que representará
una clara mejora para los resultados de la compañía. Para más inri: jefes
incompetentes dictando normas que ellos mismos son incapaces de cumplirlas. Por
desidia, orgullo desmedido o incongruencia supina. Mandos que esperan a
subordinados acatando sin pizca de crítica. Serviles; obedientes sin quebranto.
¿De una alta productividad para la entidad? Bueno… no se les pide inteligencia ni
una alta eficiencia. Pero, sí una obediencia desmedida.
¡Obreros, representantes de una sociedad
vencida! Producir, comprar, vomitar y volver a producir. Todos distraídos. No
se quieren pensantes. Se pretenden buenos productores y mejores consumidores de
materiales prescindibles… de una apariencia “perfecta”. ¡Productos vacíos, a fin de cuentas!
Los principios no venden. Los
teóricos interesados renunciaron a una vida más en harmonía con mente y PERSONA.
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LO NUEVO Y LO VIEJO; LO EFÍMERO Y LA TRADICIÓN
Lo
nuevo
no tiene por qué ser efímero; de idéntico modo que lo viejo
no tiene por qué devenir en tradición.
A lo largo de multitud de épocas se han producido
infinidad de objetos que no han soportado el paso del tiempo, fruto de su
propia degradación, por que han pasado de moda, o, simplemente, porque nunca
llegaron a formar parte de la cultura de la sociedad en las que fueron creadas;
pasando a formar parte de la infinita lista de objetos a extinguir, destruir o,
llanamente, a olvidar. Estos, mismos, objetos se les denominan
(despectivamente) viejos, anticuados u obsoletos.
De igual forma, hay cosas producidas por la mano
del hombre que (por oportunidad, originalidad, casualidad,... etc.) siempre
gozarán de una agradable frescura, belleza o lozanía; se las considerarán
nuevas o seminuevas, clásicas, pero, ¡jamás viejas! Y, con los años, pasarán a
constituir estimables, y respetadas, piezas de la tradición.
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DE CÓMO LA TECNOLOGÍA Y LA MODERNIDAD PUEDEN SER SOMETIDAS POR
FUERZAS CERCANAS A LA NATURALEZA
La modernidad, la tecnología y el peligro del
cientifismo, como una transformación forzada, o acelerada, de la biosfera. Toda
alteración del medio natural implica graves desequilibrios en el entorno. ¿Es
posible acelerar procesos? con los medios científicos-tecnológicos actuales,
sí. ¿Es lo recomendable? francamente, no.
Conocimiento y Poder
La modernidad y la tecnología, como corrompedoras de almas
sensibles, y, estas mismas almas, con una innata tendencia hacia la debilidad (dependencia).
La PERSONA, en esencia, es débil y
corrompible. La fragilidad, de nuestra especie, se relaciona con una aspiración
a obtener conocimiento (técnico) y el deseo de control sobre el entorno (poder).
Partiendo, todo ello, de un aparente caos (sin control), que proyecta la
naturaleza (salvaje), para, así, devenir en un supuesto, y deseable, sistema
organizado. No obstante, la Naturaleza, representa armonía, fortaleza,
equilibrio y, en definitiva, paz. En cambio, la modernidad y la tecnología,
personifican la ruptura, la irrupción brusca y traumática de cambios no
previstos en el medio; provocados por una, supuesta, modernidad y “beneficiosa artificialidad”.
De la inexistencia a una falsa existencia
El mal encarna la debilidad de la PERSONA y el bien simboliza la fortaleza de esa misma PERSONA.
Virginidad y Bondad
El comienzo de algo (o de alguien)
parte, en sus inicios, de los principios de Virginidad y de Bondad.
La Naturaleza, como concepto
metafísico, encarna a la Bondad.
Y brote donde brote, en sus orígenes, es Virginidad.
Por lo que es un hecho axiomático y, en consecuencia, irrefutable.
Acción y Reacción
Ante una Acción desmesurada una Reacción
igualmente desmesurada, virulenta, brutal
y sin tregua.
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DEMIURGIA Y AUTOEXISTENCIA
Partiendo
de un comienzo que aún no procede, el Demiurgo -como concepto- es el
impulso creador. Es pura abstracción de algo que no existe pero que, a su vez,
es la preexistencia. Nada existe antes que él. Ni el propio Universo. Pero, en
sí, es la autoconsciencia única e inmanente. No es Dios, ni lo pretende;
precede al propio Dios y, por ende, es anterior a la
propia creación. Es el propio caos, es el caldo primigenio y es el puro
pensamiento tomando consciencia de sí mismo.
Por lo que el Tao (chino), el Nun (egipcio) y el Brahman
(hinduista), son -los tres- el mismo concepto demiúrgico que se ha ido
desarrollando, a lo largo de más 7.000 años de existencia de la humanidad, en
tres diferentes épocas históricas y zonas geográficas. Y, a pesar de todo ello,
y por tanto, son una misma, y única, realidad cosmogónica.
La Dualidad
como desdoblamiento de la Unidad
Por ejemplo, en el Taoísmo chino (como unidad absoluta) se emplean
las voces yin y yang para revelar la dualidad de todo lo existente. Al igual
que en el desaparecido Gnosticismo (cristianismo primitivo): el bien frente al mal, el hombre
y la mujer, el Ser Supremo frente al Demiurgo, el espíritu (y el alma) y, su
anverso, el cuerpo). El mundo de las ideas (como
pensamiento perfecto) frente a la materia (como una manifestación de la
imperfección). Pero, el entorno es uno. Lo mismo que la imagen y su reflejo: visión
dual de una misma realidad.
Santiago Peña
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