sábado, 6 de junio de 2020

DESDE LA PRIMERA LUZ, DESDE EL PRIMER AMANECER



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la mutabilidad de la entidad para seguir siendo ella misma



Forma y Esencia

Todo cambio, o metamorfosis, es una simple mutación de la forma, no así de su esencia.

Los seres vivos (en su representación corpórea) nacen, crecen, maduran y mueren. En cambio, su Identidad se mantiene firme, inalterable. Es decir: en un estado de impenetrable durabilidad. Eterna; imperturbable en su majestuosa infinitud. De igual forma, objetos fabricados y destinados a infinidad de usos tienen su propia alma siempre que hayan compartido su existencia con seres (supuestamente) inteligentes (no necesariamente) y, evidentemente, poseedores de alma (humana, animal o vegetal).

El Alma y, su “motor”, el Espíritu conforman al ser auténtico en toda su plenitud. El cuerpo lo dota de temporalidad; de finitud, en un gradiente constante (o variable), de transformación. La dinámica del objeto (material) preexiste en una supuesta realidad palpable. En cambio, la estaticidad del Alma mora imperturbable en una verdadera realidad intangible.


¿Qué entendemos por Realidad?

Lo que percibimos a través de los sentidos, se dice. ¿La Realidad es un sentir, es un percibir, es un intuir o es una abstracción? Como concepto no determina lo absoluto, sino, más bien, todo lo contrario. Los sentidos son receptores altamente subjetivados y en absoluto fidedignos; de igual manera que son los sentimientos. Lo que creemos ver pueden ser recreaciones idealizadas o simples alucinaciones de una imaginación desbocada o portentosa.

La PERSONA y sus falsas imágenes


Una PERSONA, como sujeto único e intransferible, puede llegar a recrear una variopinta proyección de falsas imágenes. Expresado de otro modo: la imagen refleja los brillos y efímeros destellos del irreal objeto que nos ha sido proyectado.

En conclusión: todo cambio es inevitable y constante (o variable) pero, finalmente, ineludible. “El río, en su forma, ya no es ese río pero (en esencia), sigue siendo el mismo río” (Heráclito). Y de igual manera, la invariabilidad de las cosas no se puede dar axiomáticamente en el mundo físico de la aparente realidad.

Todo cuerpo inerte, en su aparente estaticidad, mutará en el tiempo (fruto de una incuestionable degradación) fusionándose con el elemento base que lo sustenta o, simplemente, desaparecerá: “La casa, de obra pétrea, fue destruida por la caída, en pleno vuelo, de un avión que perdió el motor”. La realidad de la edificación damnificada es su segura ausencia (a no ser que se decida su recuperación). En cambio, el más que posible recuerdo de la construcción extinta nos indica la existencia de un alma compartida por la totalidad de vidas que moraron en el hogar desaparecido.

Este mismo ejemplo se puede dar en casas con un final no tan traumático como en el caso anterior; simplemente por un mínimo uso, o desatención, de las mismas. En esta triste situación, y tras su abandono, la casa habrá desaparecido tanto en el plano físico como en el plano espiritual: “han paso más de veinte años y ya nadie se acuerda de ella”. Ahora sí que “posee” el certificado de su segura desaparición. No obstante, simplemente que haya alguien que, en un momento dado, la llegue a mencionar resurgirá de su ruinosa presencia… Más degradada, más difusa, más decrépita… Pero, su Alma seguirá presente. ¡Eso sí!: siempre, insisto, que alguien la siga recordando.


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LA NECESIDAD DE RETORNAR AL ORIGEN


Vamos alocadamente, y a muy a alta velocidad, para retornar al principio; corremos precipitadamente para regresar al origen. Es la conclusión de vivir en un mundo líquido. Más bien, gaseoso.

Es apremiante recuperar la Luz. Desde la ominosa oscuridad; descendiente infame de una falsa luminosidad. De una sociedad decadente envuelta en un glamuroso albor. De empalagosos fastos encerrados un una sociedad endogámica aberrante y en permanente putrefacción. En una descomposición intacta e itinerante. Institucionalizada y servil. Ramplona y pueril. Anquilosada y, a la vez, infantil. De una inmadurez orquestada e interpretada por narcisos cacareando y aplaudida, mecánicamente, por una inmensidad de ecos sumisos y resignados. Esclavos de un indeleble engaño. El hedor, en calles y plazas, es imposible. Pestilencia disfrazada de aromas de jazmín. Saturados, hasta la extenuación, de perfumes, de adormideras y… ¡“marías” a mil!

Por todo ello, es necesario una acción incruenta. “Una revolución de terciopelo”.  Desde el pensamiento más inteligente; desde la intelección madurada. A fin de cuentas: desde el sentido común. ¡Cadenas quebradas, de una reacción sin parangón! ¡Abramos ventanas y ventilemos mazmorras y butacas (aparentemente) cómodas de un aire ponzoñoso y sutil!

¡No digo nada nuevo; expreso una modesta verdad! Una verdad dignificadora y transcendente; redentora de una humanidad sufriente, durmiente y pueril. Hay multitud de “cándidos” que preferirán el nulo esfuerzo, y la permanente sumisión: “¡Para que luchar, si no soy consciente de esta -¡dicen!- humillante situación!”.

Los “inadaptados” -¡unos cuantos!-, siempre desde las acciones más coherentes, quebrando el sistema: sin tregua, con pundonor; con un inquebrantable ardor, con el corazón abierto y en permanente expansión.


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La inconsistencia de lo relativo por no tener en cuenta al referente



El término relativo, deriva del vocablo latín “relativus” (tener una relación). Por lo que: lo relativo se define respecto a aquello que vendría a ser su referente. Pero si no se reconoce a la referencia, por ser el único posible absoluto, se entra en una flagrante contradicción lógica y, por ende, existencial.

En la actualidad más inmediata los referentes (por ejemplo: éticos y morales) se han perdido en el marasmo de la desmemoria permanente. Nada se ejemplifica y los actos (por aberrantes, siniestros y nauseabundos que sean) se aceptan, por parte de una sociedad narcotizada, con un toque de modernidad perversa. La autoridad no existe: se impone el mando.

Por todo ello, como ejemplo en el mundo laboral, se percibe en el ambiente una regresión galopante de principios éticos y morales. Se priman el engaño, la envidia, la delación… La ambición es un plus para demostrar que ¡si hay que “pisar callos! se pisan. ¿La amistad en el mundo del trabajo? una entelequia perversa y florida. No se admira al superior: se le obedece ¡por que toca! pero, no se le respeta. Es más: si hay oportunidad, se le defenestra.

La apatía, por parte de trabajadores desinformados, es una evidencia percibidas en mentes claras e incomodas para los de arriba. ¡Todos, buenos productores!, y para nada críticos. El contestatario no es un perfil adecuado. La crítica no es bienvenida, a pesar de demostrar que representará una clara mejora para los resultados de la compañía. Para más inri: jefes incompetentes dictando normas que ellos mismos son incapaces de cumplirlas. Por desidia, orgullo desmedido o incongruencia supina. Mandos que esperan a subordinados acatando sin pizca de crítica. Serviles; obedientes sin quebranto. ¿De una alta productividad para la entidad? Bueno… no se les pide inteligencia ni una alta eficiencia. Pero, sí una obediencia desmedida.

¡Obreros, representantes de una sociedad vencida! Producir, comprar, vomitar y volver a producir. Todos distraídos. No se quieren pensantes. Se pretenden buenos productores y mejores consumidores de materiales prescindibles… de una apariencia “perfecta”. ¡Productos vacíos, a fin de cuentas!

Los principios no venden. Los teóricos interesados renunciaron a una vida más en harmonía con mente y PERSONA.


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LO NUEVO Y LO VIEJO; LO EFÍMERO Y LA TRADICIÓN

Lo nuevo no tiene por qué ser efímero; de idéntico modo que lo viejo no tiene por qué devenir en tradición.

A lo largo de multitud de épocas se han producido infinidad de objetos que no han soportado el paso del tiempo, fruto de su propia degradación, por que han pasado de moda, o, simplemente, porque nunca llegaron a formar parte de la cultura de la sociedad en las que fueron creadas; pasando a formar parte de la infinita lista de objetos a extinguir, destruir o, llanamente, a olvidar. Estos, mismos, objetos se les denominan (despectivamente) viejos, anticuados u obsoletos.

De igual forma, hay cosas producidas por la mano del hombre que (por oportunidad, originalidad, casualidad,... etc.) siempre gozarán de una agradable frescura, belleza o lozanía; se las considerarán nuevas o seminuevas, clásicas, pero, ¡jamás viejas! Y, con los años, pasarán a constituir estimables, y respetadas, piezas de la tradición.


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DE CÓMO LA TECNOLOGÍA Y LA MODERNIDAD PUEDEN SER SOMETIDAS POR FUERZAS CERCANAS A LA NATURALEZA


La modernidad, la tecnología y el peligro del cientifismo, como una transformación forzada, o acelerada, de la biosfera. Toda alteración del medio natural implica graves desequilibrios en el entorno. ¿Es posible acelerar procesos? con los medios científicos-tecnológicos actuales, sí. ¿Es lo recomendable? francamente, no.


Conocimiento y Poder


La modernidad y la tecnología, como corrompedoras de almas sensibles, y, estas mismas almas, con una innata tendencia hacia la debilidad (dependencia). La PERSONA, en esencia, es débil y corrompible. La fragilidad, de nuestra especie, se relaciona con una aspiración a obtener conocimiento (técnico) y el deseo de control sobre el entorno (poder). Partiendo, todo ello, de un aparente caos (sin control), que proyecta la naturaleza (salvaje), para, así, devenir en un supuesto, y deseable, sistema organizado. No obstante, la Naturaleza, representa armonía, fortaleza, equilibrio y, en definitiva, paz. En cambio, la modernidad y la tecnología, personifican la ruptura, la irrupción brusca y traumática de cambios no previstos en el medio; provocados por una, supuesta, modernidad y “beneficiosa artificialidad”. 

 

De la inexistencia a una falsa existencia


El mal encarna la debilidad de la PERSONA y el bien simboliza la fortaleza de esa misma PERSONA.

Virginidad y Bondad


El comienzo de algo (o de alguien) parte, en sus inicios, de los principios de Virginidad y de Bondad. La Naturaleza, como concepto metafísico, encarna a la Bondad. Y brote donde brote, en sus orígenes, es Virginidad. Por lo que es un hecho axiomático y, en consecuencia, irrefutable.


Acción y Reacción


Ante una Acción desmesurada una Reacción igualmente desmesurada, virulenta, brutal  y sin tregua.


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DEMIURGIA Y AUTOEXISTENCIA

Partiendo de un comienzo que aún no procede, el Demiurgo -como concepto- es el impulso creador. Es pura abstracción de algo que no existe pero que, a su vez, es la preexistencia. Nada existe antes que él. Ni el propio Universo. Pero, en sí, es la autoconsciencia única e inmanente. No es Dios, ni lo pretende; precede al propio Dios y, por ende, es anterior a la propia creación. Es el propio caos, es el caldo primigenio y es el puro pensamiento tomando consciencia de sí mismo.

Por lo que el Tao (chino), el Nun (egipcio) y el Brahman (hinduista), son -los tres- el mismo concepto demiúrgico que se ha ido desarrollando, a lo largo de más 7.000 años de existencia de la humanidad, en tres diferentes épocas históricas y zonas geográficas. Y, a pesar de todo ello, y por tanto, son una misma, y única, realidad cosmogónica.


La Dualidad como desdoblamiento de la Unidad

Por ejemplo, en el Taoísmo chino (como unidad absoluta) se emplean las voces yin y yang para revelar la dualidad de todo lo existente. Al igual que en el desaparecido Gnosticismo (cristianismo primitivo): el bien frente al mal, el hombre y la mujer, el Ser Supremo frente al Demiurgo, el espíritu (y el alma) y, su anverso, el cuerpo). El mundo de las ideas (como pensamiento perfecto) frente a la materia (como una manifestación de la imperfección). Pero, el entorno es uno. Lo mismo que la imagen y su reflejo: visión dual de una misma realidad.


Santiago Peña


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