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Expansión es Amar, como Amar es
Expansión
Sobre el sentido de la Trascendencia
El supremo acto de la trascendencia es abandonar para conquistar.
Es renunciar a ser el centro (del universo) para acabar recalando en todo él. ¡El
todo es mi mundo!; ¿qué pretende uno en un supuesto centro?
No existe un centro o punto de referencia. Sólo existe el todo. “¡Yo, yo, yo,…!” ¡Qué frase más funesta y frustrante! Somos, simplemente,
una entidad que tiene la obligación de expandirse hacia los demás, si no… ¿qué “pintamos” en este mundo? ¿Qué hacemos;
qué no hacemos?
El sentir es un manifestarse, como el dormir es un descansar. El
amar, a algo o a alguien, es expandirse; es un transcender; es un morir; y es
un (re)nacer.
Cuando se pasa de un nivel (inferior) a otro (superior) se está
ascendiendo, escalando o trascendiendo. Cuando se abandona el límite que define
a una PERSONA, como centro de su propia existencia, y se alcanza esa meta,
hasta ahora inalcanzable, se dice que ha trascendido.
Y, así mismo, cuando se establece una unión con alguien, o algo, o
una conexión con el universo; cuando se constituye un vínculo espiritual (y
emocional) con los otros, la naturaleza y el mundo; y todo ello, para poder
identificarse con un todo en armonía,
y luchar por un "mundo mejor",
se la denominará autotrascendencia. Es decir: la manifestación del Yo
espiritual en cada uno de nosotros.
Lo que se debe evitar:
- La ausencia de significado (o sentido), de una vida centrada en la esfera económica y productiva.
- La preferencia a la mecanización (automatización) y despersonalización de toda actividad humana.
- La colectivización de descomunales masas de individuos alienados por la movilidad (e inestabilidad) de una sociedad patética y obstinada.
- La negación de toda noción de trascendencia (ya sea por la imposición del ateísmo estatal o por medio de la reducción de toda perspectiva religiosa a un moralismo insustancial y grotesco).
- El carácter sin forma (sin simetría) y sin alma del arte.
- La utilización de todos los recursos intelectuales en exclusivo beneficio del crecimiento cuantitativo.
- El relativismo decadente, amoral, sin principios y sin referentes.
- La adoración al materialismo desligado de todos los lazos con la realidad espiritual y en una clara absorción de una envilecida existencia unidimensional.
El vacío como causa de la fragmentación
del ser
¿Por
qué serán qué cada vez se producen más suicidios? Los medios de comunicación,
debidamente “aconsejados, prácticamente los obvian o los alojan en una
pequeña reseña de la última página de un diario local. En las escasas veces que
se mencionan lo reflejan, eufemísticamente, como: “esta mañana, entre las 10
y las 11 horas, se ha producido una interrupción del servicio, de la línea 1 del
metropolitano, por causas ajenas al mismo”. Llegar a decir que, realmente,
se ha debido a que una PERSONA no ha podido más, y ha acabado arrojándose a las
vías del metro… ¡uff, complicado que lo expongan tan crudamente! “¡Crearía
alarma social!”, reconocen las propias autoridades. ¿Exponer la verdad es
crear alarma social ó, será que no interesa? La esquizofrenia colectiva es una
realidad fruto del vacío existencial en el que transitamos. Sin referentes, sin
una vida, que no es vida, sin una existencia armónica y plena. En definitiva:
de un vacío constituyente y, plenamente, constituido. Los fuertes de espíritu,
resistirán. Del resto: un posible, trágico, final. El destino de un mundo
caótico, sin referentes éticos y morales, corrompido y envilecido, es su segura
autodestrucción.
Vivimos
en un quimérico igualitarismo y en un pervertido mundo de las libertades. Por
desgracia, todo es artificio, lentejuelas y trivialidades. Nada es como nos
dicen, nos muestran o nos venden. La verdad de la PERSONA es su libertad; la
libertad de la PERSONA es vivir en la verdad. En un mundo de las no verdades
todos somos prisioneros, carceleros y villanos. ¿Dónde se aloja esa cacareada
libertad en el que (casi) todo es una pura falsedad? No confundamos
individualismo con personalidad: el primero es la máscara sin forma de la
cantidad; el segundo es la PERSONA en su calidad, en su diferenciación y en su
categoría ética y moral.
La consciencia se amplía o “ilumina”; se expande
Por todo ello, no somos el centro por ser receptores de un
mundo que percibimos pero que no entendemos. No somos un punto de nuestras
existencias por el simple hecho de estar (aparentemente) rodeados por un
universo infinito. Somos elementos diminutos (y disminuidos) en un baile
cósmico.
De igual manera, existen patrones cotidianos, y “terrenales”, en cada uno de nosotros de
cómo se transciende, materializados en: la audición de una pieza musical que te
emociona; el contemplar una obra pictórica que te arroba; el imaginar un mundo,
idílico, excelso y perfecto. En el mundo de la trascendencia la Libertad se
transfigura en toda su plenitud; se materializa en todo su esplendor.
Prueba de todo ello, tanto entre los místicos como entre PERSONAS
convencionales, se percibe la transcendencia como un estado de felicidad, o
bienestar, casi perfecto.
Como expuso, sabiamente, Fiódor Dostoievski (1821-1881): “El
ser humano es un misterio que debe ser resuelto”. Por ende: el
mal no está en un sistema socio-político cualesquiera, si no en la propia
naturaleza humana. El sufrir es el recogimiento, la introspección, la
expiación y el silencio. En cambio, la
felicidad es la exposición, la expansión, la plenitud y la revelación.
La libertad de la PERSONA,
es sinónimo de equidad, de vivir en la verdad, de justicia social, de vivir en
armonía con el resto de de la humanidad y con el entorno; de desarrollar unas
relaciones de menos cantidad y más calidad; de cultivar una realidad más henchida,
dorada y excelsa.
En síntesis: el generar, y expandir, felicidad implica dar sin
recibir, ayudar sin esperar nada a cambio y, por encima de todas las cosas, saber
escuchar, siempre, con una sincera, y luminosa, sonrisa. En multitud de
situaciones desafortunadas, y extrañas a nosotros, un amable, y receptivo,
silencio es la mejor manera de poder curar sinsabores ajenos y agravios
funestos.
Trascendencia y Tradición
Todo proyecto de vida (tanto colectivo como individual) necesita
de bases ancestrales y con claros signos de continuidad. Bases consistentes,
robustas, bellas e insertadas en la realidad. Los pueblos resisten, y perduran,
gracias a la solidez ética y moral de sus moradores. Las naciones que reniegan
de su historia, de su cultura y de sus tradiciones, están condenadas a la
desaparición y al más amargo de los olvidos. No todo progreso es bueno por el
simple hecho de representar a la actualidad. Ha día de hoy se vive en una
supuesta (y aplastante) modernidad y en una (más que real) contracción humana y
cultural.
No seamos almas perdidas (y olvidadas) vagando en un mundo donde
reina el caos en la más absoluta soledad de toda una humanidad. Seamos
espíritus renacidos, reconquistando parcelas de belleza, de armonía, de
justicia social y, al final del camino, de una auténtica Libertad; que nunca se
fue; de una libertad huérfana de almas viajeras y sedientas de Amor. De
Amor a la Madre Tierra y a toda la Humanidad.
¡Qué forma más hermosa de trascender! ¡No existe otra sin
igual!
Santiago Peña
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