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La
humanidad, en su inmensa soledad, ha sido forjadora de toda clase de
divinidades: justicieras, bondadosas, moralizantes, amorosas, tiránicas y,
sobre todo, liberticidas.
Las
necesitamos y por éste porqué (casi) siempre disponemos de ellas. En los
tiempos actuales las tenemos un poco “de capa caída” pero… “tiempo
al tiempo”. El Eterno Retorno es consustancial al Universo y, por ende, a la PERSONA.
Gracias
a este principal argumento, a toda esta pléyade de deidades, les pedimos
aquello que deseamos y que jamás poseeremos: La Vida Eterna (o,
como mínimo, una fructífera longevidad)…
y… "otros complementos":
felicidad, ¿riqueza?, paz, compañía, justicia y fuerza (esperanza) para seguir
adelante.
El ser humano necesita
referentes motivado por una manifiesta, e inherente, imperfección
Fruto
de esa innegable verdad ese Ser, que surge de nuestro interior más profundo, se comparte con la
tribu y, a su vez, se le dota de todos los atributos de los que los humanos
carecemos: Perfección, Omnisciencia, Omnipotencia, Sabiduría, Eternidad, Omnipresencia, Inmanencia,
Infinitud, ¿Omnibenevolencia?, Transcendencia,
Verdad, Unidad…
El hecho religioso
es consecuencia de todo lo expuesto: cada Dios, o conjunto de ellos, precisa de
su “parroquia”, formada por el
vicario (de la divinidad, en cuestión) y todos sus lacayos. El alto clero, y gracias
a su preeminencia (intercede por todos nosotros), vive muy bien y el resto
(incluida la feligresía) no tanto. Pero, eso sí, todos los días dándoles las
gracias “a los de arriba y a los de abajo”.
Las creencias, o credos,
siempre estarán con nosotros porque (casi) todos necesitamos estar “religados”. Somos unos tiranos de
nuestras propias existencias; la protección implica pérdida de libertad.
Por ello, no somos libres porque no somos conscientes de que no queremos serlo.
Por lo que es un hecho incontestable que todos somos espíritus pero, no todos,
queremos ser, verdaderamente, libres. Y es así como las ovejas tienen sus pastores.
Los místicos y muchos librepensadores no siguen al rebaño y, por tanto, no se sienten
“religados” (religiosos). Sin
embargo, el sentirse profundamente espiritual nada tiene que ver con ser
seguidor, o creyente, de una determinada confesión religiosa.
La
Espiritualidad es, por tanto, Fuerza de Vida y Autenticidad de nuestro ser. En definitiva: Dignidad, Identidad,
Verdad, Realidad y Proyección hacia los demás.
Santiago
Peña
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