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“Ni siquiera temo vuestras censuras: palabras, si no están
fundadas sobre la tradición”
Blasise
Pascal
La despreocupación de la Verdad
¡Qué
difícil resulta inventar una mentira y que serenidad proyectas cuando has alumbrado
una Verdad!
La
Verdad
es ilustre matrona de la Tradición. Todo fluye en una altísima
luminosidad. Todo altar rinde tributo a espíritus elevados; supremos; perfectos.
La
Verdad
no es obra de simples humanos. La eternidad confirma lo que se dice; la Tradición
es albacea de verdades imperecederas.
La Verdad, más allá de la PERSONA
La
Verdad incondicional no está al
alcance del humano "medio";
ni creo que de aquel al que, juiciosamente, se le invista del noble manto de la
Sapiencia.
La Verdad es el concepto filosófico
por excelencia. Es la suprema constatación de la Lógica, y es la confirmación de una irrebatible Realidad.
¿Las PERSONAS podemos vivir en la Verdad?
Si fuésemos simples máquinas, ¡sin dudarlo! Pero... ¡no lo somos! No obstante,
todo circuito lógico deviene de una Tabla de la Verdad. La actividad de un sistema computacional
se fundamenta en una cadena de juicios lógicos, en el que, los mismos, se
repiten cíclicamente. Las capacidades cognitivas de la PERSONA, en parte, son así. Pero nuestra
componente humana nos determina a no seguir siempre una verdad (lógica y
estrictamente objetiva) aplastante.
Constantemente se
producen interrupciones subjetivas (motivadas por elementos sentimentales,
emocionales, éticos y/o morales) que nos impiden seguir las reglas inalterables
de la Verdad. No todo es blanco o
negro. Vivimos en el mundo de los colores macerados y de un imperturbable tono
grisáceo.
El Universo nos demuestra que la Realidad
confirma -¡siempre!- a la Verdad. Todo
evento celestial es, necesariamente, verídico. Es decir: todo acontecimiento cósmico, que se encuentre más allá
de la percepción (de una PERSONA),
será indubitadamente verdadero.
En cambio, a través
de la percepción (humana), la Realidad
queda, irremisiblemente, distorsionada y/o alterada. La inherente imperfección
humana recrea supuestas realidades, medias verdades y "prodigiosas" falsedades.
¿Un animal
irracional tiene la aptitud de mentir? ¡Claramente, no! Su inalterable
naturaleza no se lo permite. Su trayectoria existencial lo limita a las
elementales funciones fisiológicas de alimentarse, evacuar, descansar (dormir),
aparearse y defenderse para la supervivencia (de sí mismo, de su prole y de su
comunidad). Por lo tanto, su deambular estará en perfecta harmonía con el entorno.
Sus acciones serán fruto de automatismos y de los propios ciclos de la
naturaleza.
Sin embargo, la
portentosa (y distintiva) particularidad que ostentamos los humanos de ser “dueños” conscientes de nuestra propia
coexistencia nos unge de la "perversa"
suficiencia de manipular, engañar, dificultar (o fantasear) hechos (o dichos) pasados,
presentes o futuros.
El "arte" de
la mentira es el pan nuestro de cada día. No así la inocencia, que es
patrimonio de animales, locos e infantes. Los efectos de transitar en la
no-verdad, en una gran parte de actores de la especie humana, se truecan en
una absoluta, y reafirmada, quiebra de libertad. De su libertad. El falsear y disfrazar el medio nos avasalla y aplasta, sin ninguna duda, más aún de lo que ya estamos.
Los castillos se encuentran abarrotados de “fantasmas”
y timadores de vivencias usurpadas o inventadas. La atracción por lo material
niega mundos reales; honestos verdaderos. En muchos casos no vemos, pero
sentimos; no gozamos, pero sufrimos.
Luego, fruto de los bochornosos sinsabores
que proyectan fuleros y falsarios, la autenticidad, la consonancia, la
integridad y una experiencia lo más equilibradamente posible será gratificado
con un oasis de Luz, de concordia. En
definitiva: de un anhelado acuerdo con uno mismo y con el resto de la humanidad.
Santiago Peña
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