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Siempre
estamos en el camino, y cada uno tenemos el nuestro
Voces y Colores en la Niñez
Hay
un subgénero de cuentos, o leyendas, en el que los personajes principales son chiquillas
que pierden la Voz -¡su voz!-. Esta base argumental es
una constante en la consagración de su posterior feminidad. Es el certero, e
inexorable, lapso de Niña a Mujer. Es la ratificación
de su personalidad como PERSONA,
como Mujer,
como Ser Eterno. La blanca pureza de
su alma (“manchada” por un incidente
previsto, pero no menos traumático), anuncia una visión -¡su visión!- del mundo
que, transitoriamente oscurecido, muta en un universo más amplio, bello y luminoso.
Cuando
las adolescentes entran en fase de maduración, pierden y ganan; se transfiguran
y se hacen. Son la crisálida transformándose en delicadas – ¡y multicolores!- mariposas. Son una maravillosa (y completa)
representación de los ciclos de la Vida:
Pasarán de los oscuros grises a una infinitud de
dinámicos colores, gracias a su exclusiva Luz
Las Cuatro Estaciones de la Vida, y vuelta a empezar
Los
ciclos de la vida tienen una casi infinita variedad de representaciones. Los
hay de horas, como el de una gran diversidad de microorganismos; los hay de días,
como el de un sinfín de insectos; los hay de meses; los hay de años, como en
una gran mayoría de especies; los hay de siglos como en determinados árboles:
Del
invierno mortecino, surgimos;
De
la primavera sutil, crecimos;
Del
verano excelso, maduramos;
Del
otoño efímero, morimos.
Y
así, ¡un ciclo más!
La
Naturaleza
recuerda -¡especialmente!- a la mujer que, durante sus períodos de fertilidad
(cada 28 días), es potencial creadora de Vida.
Es albacea y transmisora de Vida. Pero,
no es dueña de Vida. La Vida es señora de sí misma. Nadie tiene
derecho sobre otra Vida. Ni nosotros mismos somos quien para acabar con una Vida
que nos fue otorgada por puro azar. Que nos fue concedida por una Naturaleza
que es ciega, que es sorda y que es muda. Pero que, a sí misma, es Sabia,
Cíclica
y Única.
Somos
hijos de un latido eterno; de un misterio que no tiene principio ni fin
Santiago
Peña
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