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El
Código,
o las reglas, son un conjunto de compromisos (escritos o verbales) de todos con
todos. Pasar de ser una manada, pretendidamente organizada, a un clan, o una comunidad
integrada por PERSONAS, conlleva un
comportamiento, o conducta, lo más encomiásticamente posible. En primer lugar con
uno mismo, seguidamente, con los parientes más cercanos y, por último (y no
menos importante), con el resto de los miembros de esa misma sociedad.
La
Familia
es la unidad primordial dentro de una comunidad. Y es la base en la que se
sustenta todo principio decididamente civilizador.
El
Deber,
o suma de deberes, son la relación de obligaciones a consumar con la Familia
y con el resto de familias que sustentan la mencionada comunidad.
Ley y Obediencia
La
Ley
es el conjunto de reglas, o códigos, a cometer por cada uno de nosotros en
beneficio de la totalidad de la sociedad.
Por tanto, esas leyes, se deben de acatar. Una comunidad no es viable si
no se cumple, estrictamente, la Ley. Todos debemos de obedecer, sin
exclusión. Pero, no todos tenemos el mismo nivel de responsabilidad a la hora
de hacerla cumplir. Con ello no se pretende relativizar el grado de
cumplimiento. La asunción de la misma deviene de la jerarquía social de cada
uno de nosotros. Es decir: la obligación de un legislador, o de un jerarca, para
con la Ley, es superior al de un simple miembro de la comunidad. El rango social
conlleva una cuota de responsabilidad variable (de menos a más) en el mismo.
Como ejemplo notorio: un Jefe de Estado debe de ser un referente en todos los
aspectos de la vida, tanto en el ámbito privado como en lo público. El
principio de autoridad de ese distinguido personaje se sustenta, precisamente,
en la supuesta, y exigible, calidad de sus actos, y no tanto en cuanto (o no
debería de ser así) en el origen de su cuna, currículum académico y/o
profesional.
Prueba
de todo ello, el origen (protohistórico) de la aristocracia (o gobierno de los
mejores), parte de ser, implícitamente, unos estrictos cumplidores de la Ley, o así debería de ser. Como detalle
clarificador, dentro de toda naciente milicia, el Código de Honor es un
depurado, plateresco y causa primera de
la PERSONA de bien, o Dirigente,
de una aspirada sociedad consolidada. Así mismo, es sabido que las primeras
civilizaciones históricas se estructuraron a partir de un disciplinado, e
indiscutible, caudillaje religioso-militar.
Siempre hay algo más allá de uno mismo
Este
enunciado es principio rector, y fundamento, de lo que entendemos como un
comportamiento Ético. La libertad de
un individuo, o grupo humano, no se puede imponer a la de otro sujeto o
conjunto de PERSONAS. El mundo de
uno no tiene porque ser, esencialmente, deseable para el otro. Pues, el Valor de las cosas no es medible, al
igual que el amor y la felicidad. Así, todo espíritu redentor es inspirador de
valores eternos; generador de actos sublimes, y excelsos, para el resto de la
sacrosanta, y sempiterna, humanidad.
¿Cómo podemos
llegar a humanizar para que lleguemos a ser realmente humanos?
Más
que formarnos en tal o en cual disciplina académica debemos llegar a dominar, de una
forma natural y armónica, el Arte de la Educación. No solamente
el aprendizaje de un conocimiento tecnológico nos llevará a un anhelado nivel
de indudable prosperidad. La riqueza no existe si viene acompañada de la
inevitable pobreza. Son los recursos y nada más que los recursos, tanto
materiales, en menor medida como, evidentemente, los espirituales los que nos
arrancarán de las garras de la infame miseria para, precisamente, elevarnos en
un justo, y equiparable, estado de bienestar.
Resumiendo:
un dirigente es reconocido como tal cuando es capaz de proyectar una categoría
moral, ética y espiritual por encima del resto de la comunidad. No obstante, los
necesarios conocimientos, y la vivencia profesional, se le suponen.
Por
todo ello, la efectiva prosperidad de un pueblo, se deberá de medir en la CALIDAD
de las PERSONAS que lo conforman; substanciándose
en una inestimable categoría humana y por ende espiritual.
Santiago
Peña
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