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Es interesante, y
extrañamente sugestivo, en reparar en la “mágica”
conversión de infinidad de artistas, científicos, políticos, pensadores y
observadores de la insondable cotidianidad que, en un momento “x” de sus (aparentes y regladas) vidas,
giran desde pensamientos, o planteamientos, materialistas (ateos, agnósticos, radicales
de izquierdas, positivistas, liberales y, sobre todo, anticlericales) a una franca
espiritualidad; abrazando los hábitos de una orden religiosa, algunos; otros
haciéndose “cómplices” de una determinada
religión o, en su defecto, participar (a través de sus obras) de una renacida Espiritualidad.
Y todo ello, pudiendo la figura (o Concepto), de Dios ser (o no)
relevante. Pero, por encima de cualquier otra consideración, proyectar Espiritualidad.
¿Cuál es la espita que provoca esa “mágica” transformación?
Probablemente sean un cúmulo de “espitas” que posibiliten esa extraordinaria mutación: desde un desgarrador vacío existencial, pasando por un hartazgo alienante, siguiendo por un engaño permanente de la sociedad en la que uno transita y, acabando, en una búsqueda insistente, y vital, de la Verdad.
Ese mismo cambio (radical
o progresivo) también es observable en el declarado comienzo de un más que
ineludible, e irreversible, camino del fin de nuestros días, aquí, en la Tierra.
Como resumen, y colofón, a todo lo humanamente expuesto…
Santiago Peña
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