martes, 1 de noviembre de 2022

LA VELOCIDAD Y LA INMEDIATEZ; LA DIVISIÓN Y EL VACÍO

 

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La PERSONA, como ente sintiente y pensante, no es un ser aislado dentro de un entorno claustrofóbico, individualista y servil. Esclava sumisa de una trayectoria diseñada, dispersa e infantil. No es: la hacen; la manipulan; la asimilan. No obra: opera creaciones foráneas, y alienas, a su sentir.

La velocidad y la inmediatez; la división y el vacío, son estados transitorios de un mundo inconcluso, fragmentario e imperfecto

 

El movimiento, como la inmadurez de las cosas

El movimiento, es la búsqueda de un quimérico estado de perfección. La velocidad, y la clara tendencia hacia lo inmediato, es el drama establecido de la imperfección; de un vacío constatable, asfixiante y cerril. Por lo que, nada pervierte más que la envidia, el deseo instantáneo; el goce material de un momento intrascendente, efímero y pueril.

 

El vacío, como un espacio ocupado por la inexistencia de las cosas y del pensamiento

En el vacío solo reina el ruido, la sensación de soledad y un desespero existencial. Por ello, el vacío interior, que siente infinidad de PERSONAS, es la muerte mental de una parte creciente de la humanidad. Y esa fragmentación del pensamiento es ocupada por una sensación de vacío atronador.

Fruto de todo ello, la dispersión (en la que, la PERSONA, se ve institucionalizada, dentro de la seductora civilización occidental) forma parte de un diseño perfectamente orquestado, sutil, embaucador y vil.

 

Focalización, mente y espíritu

En cambio, lo contrario de la dispersión, es la concentración, o focalización, de pensamiento y espíritu: llegando a converger, los dos, en un mismo punto.  

La naturaleza es una y no mil. Somos millones pero compartiendo un mismo universo, un mismo destino, un mismo fin. Por todo ello, el mundo aparente es la dualidad (con una clara tendencia hacia la multiplicidad) de las cosas, de las PERSONAS, del ser, de la luz. La noche y el día; la mujer y el hombre; la maldad y la bondad. La misma PERSONA transita desde el mundo inmaterial al mundo de la realidad ficticia y viceversa; desde la más “distinguida” oscuridad hasta la más renacida luminosidad. Todo se desdobla en un artificial estado inconcluso, fatuo; donde prima la celeridad y lo inminente; donde reina la división y un indestructible vacío existencial.

¿Qué habrá de todo ello? ¿Qué luz persistirá inalterable en el más allá? ¿Qué sol bañará con su mágica luz? ¿Qué universo permanecerá al final de una existencia carente, ya, de vida?

Por lo tanto, la atracción (que sienten unas PERSONAS por las otras: sus contrarias o complementarias), es la prueba irrenunciable de un deseo natural de querer fundirse la una en la otra y, así, formar el uno: “El Ser Perfecto”. Por lo que, el estado primigenio (y final) de las cosas, es la unidad.

La quietud, es el culmen de la perfección; el todo, la unidad. No hay nada más. Todo es perfección, en el más allá. El vació desapareció porque el movimiento huyó. Ya no hay nada inmediato; ya no hay nada que ocupar: el pasado, el presente y el futuro son uno. No existe el tiempo ni el espació: nada se mueve y todo permanece.

 

La eternidad es la absoluta perfección

 

Santiago Peña

 

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