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El “Tiempo Magno” (Mircea Eliade, 1907 – 1986) es la Eternidad; es la constante búsqueda del no-cambio; de la permanencia; del Mantenerse a través de la Repetición.
Desde la Prehistoria a la Protohistoria: el Rito y el Mito
Para
el pensamiento no-histórico (Prehistoria y Tradición), la linealidad
del tiempo no se puede dar. El Rito, como Repetición de la Sacralidad,
y el Mito,
como hechos “maravillosos”
narrados en una era primordial, nos recuerdan que el tiempo es Cíclico:
el Círculo es lo Sagrado, es la Perfección y es lo Eterno. La muerte no
existe como tal, sino que es el no-reconocimiento de la no-existencia del ser.
Esto es: su no-muerte; lo que nos
induce a repetir cíclicamente, e invariablemente, los Ritos de la Regeneración (o Resurrección).
Empero, la Modernidad, como avance innegable en el “estado del bienestar”, es admisible y deseable. Proveerse de nuevos medios tecnocientíficos, para una sincera mejora de las sociedades, es una obligación moral e irrenunciable. Pero, no a costa de romper con nuestros orígenes. El romper, fragmentar o quebrar, es inducir al suicidio de todo una sociedad inconclusa, desubicada y manifiestamente corrompible. Si, en el trayecto vital del conjunto de toda una sociedad, se desvanece el punto referencial, la misma humanidad “no se encuentra” y acaba extinguiéndose. Otrora, civilizaciones ya difuntas (como la Antigua Roma), fueron engullidas por el “dragón” de la involución y de la barbarie, cual pseudoregreso caótico a una velada oscuridad. Como es sabido, Roma, no fue derrotada por ninguna gran potencia emergente de aquel momento: ella misma sucumbió (gradualmente) ante la renuncia de su Tradición, de su Historia, de su Moralidad, de su Espiritualidad y a la irrupción gangrenosa, y rampante, de su institucionalizada Corrupción.
Prueba de todo ello y ateniéndonos al conocimiento íntimo de las cosas (con sus evidentes matices se puede llegar a decir que en cada uno de nosotros y de una forma ostensiblemente clara o casi imperceptible), la Espiritualidad de la PERSONA es Intangible. Es decir: no es medible.
¡Bien! Y,… ¿qué nos viene a “dictar” la Modernidad?: qué, si la Espiritualidad no es medible -¡como es el caso!- o cuantificable, no es asumible y, por tanto, argumentativamente repudiable.
No obstante, repitamos -¡una vez más!- que, esta nihilista “solución”, no es aceptable bajo ningún concepto por muchas razones empíricas que se arrojen en el amplio, y basto, campo del oficializado método científico; siendo, éste (axiomáticamente), la única forma de captación del conocimiento. Por lo que, nuevamente, no nos neguemos (tozudamente) el conocimiento íntimo de la PERSONA. El mismo es el más puro y es el que nos revela, realmente, como somos. No, como nos vemos o nos sentimos. Aquí el Saber Absoluto (o Noesis) juega un papel fundamental acerca de la Auténtica Realidad.
En el equilibrio; en la justa medida, se haya la Realidad del Verdadero Conocimiento. En toda su Plenitud, en todo se Extensión; en todo su Esplendor. El Verdadero Conocimiento de la Realidad de las Cosas transciende a la misma temporalidad; manteniéndose incólume. Es la propia “Comunión con la Divinidad” (interior o exterior) la que nos revela el Primer Conocimiento, y Último, de la Totalidad del Universo.
“Todo tipo de conocimiento es bueno, siempre que sea verdadero”
Santiago Peña
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