sábado, 19 de noviembre de 2022

FILOSOFÍA Y TRADICIONALISMO

 

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¿Qué entendemos por Filosofía?

 

La Filosofía (como “amor a la sabiduría”), en su forma más canónica, se concibe como el “conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano” (RAE).
 
 

Y ¿qué entendemos por Tradicionalismo?

 
En una de sus definiciones más académicas, nos viene a decir que es una “doctrina filosófica y política que toma a la tradición –de cualquiera de la religiones de carácter universal- como criterio y fuente de la verdad” (RAE).
 
Por lo que, el Tradicionalismo, es una corriente socio-filosófica que tiende a valorar una sabiduría de la experiencia, mencionada en la Tradición respecto a un vínculo de pautas y hábitos, legados de antiguo; que los tradicionalistas valoran, en gran estima, como el resultado, en épocas pasadas, de prácticas marcadamente positivas.
 
 

Filosofía y Tradicionalismo

 
Analizadas –detenidamente- las mencionadas enunciaciones, vemos que se establece un tenue, e indisimulado, hilo de complicidad entre Filosofía y Tradicionalismo.
 
Puesto que, la Filosofía, busca -“obstinadamente”- la verdad (la sabiduría y, en definitiva, la totalidad del conocimiento) y, su consecuencia más palpable, la realidad de todo lo existente.
   
Asimismo, el Tradicionalismo, se fundamenta en que la realidad deviene de algo superior y, por el mero hecho de serlo, es transcendente; es verdadero. La verdad –y la misma realidad, que nos proyecta- es consustancial en sí misma y no es cuestionable. Es por ello que, la verdad, es y está más allá de la misma existencia. En tanto en cuanto la prueba incuestionable de la propia existencia es su misma verdad. Y ese conocimiento verdadero (o Realidad adquirida) se perpetúa a través de una férrea relación de continuidad (memoria) intergeneracional, pasando de padres a hijos.
 
Por lo tanto, el nexo, entre Filosofía y Tradicionalismo, queda perfectamente establecido.
 
 

La Tradición y el significado vivencial de la PERSONA


La Tradición es la continuidad asegurada, y es la certificada persistencia de obra y memoria, de cultura y eternidad; de poner en permanente unión a la PERSONA con la Divinidad. De esta mística unión se asegura un vínculo sagrado de lo humano con lo divino; del ser con la totalidad del universo; de la PERSONA con su Luz.
 
 

Filosofía Perenne o Tradicionalismo Metafísico


La Filosofía Perenne (o Perennialismo), también denominado Tradicionalismo Metafísico (o Integral), es la harmoniosa unión entre Filosofía y Tradicionalismo: la teología común, o inicial, como el sustento metafísico del verdadero espíritu de las cosas. La realidad es la verdad de un mundo inmutable, de una Perennidad inconmensurable; de un (único) espíritu, transcendente y universal. Lo intangible es la realidad oculta; es aquello que ha de permanecer; lo que ha de pervivir. Es, en virtud de ello, que; dentro del mundo sutil, el (aparente) progreso nada ha de decir; nada ha de hacer. Dioses de un mundo superior “conviven” harmónicamente con una miríada de espíritus liberados, perfectos y sinfín. La (atemporal) sabiduría es perenne, como una única y exclusiva verdad; como una sublime, e incontestable, realidad. Es, por todo ello que, la Tradición (el saber imperecedero), es el impar, y venerado, presente al que debemos respetar y honrar.  
 
 

Tradicionalismo vs Capitalismo

 
En lo económico, el Tradicionalismo, es contrario al sistema  de sobreexplotación de PERSONAS, y recursos, como es el capitalismo más radical de hoy en día. Como ya se sobreentiende, el capitalismo, no deja de ser el obsceno hijo de la “sacrosantamodernidad: lo moderno es lo positivo y la sinonímica  tendencia del “incontestableprogreso.
 
 

La trampa del falso progreso para que, ciertamente, todo siga igual

 
La (“nueva”) materia surge de la corrupción (mutación de una forma envilecida a otra renovada). El glorificado, y cargante, progreso, dentro del mundo material, es el estado circunstancial de una aparente realidad; en la que la vida es testigo temporal, y mudo, de la invariabilidad del universo. Ese universo en el que los seres vivos (en todas sus posibles evoluciones casi infinitas) son situados en un vacío permanente. En una “nada institucionalizada”, profana y yerma. Es el mundo de las apariencias reinando en todo su esplendor; en una ilusoria luminosidad; en un falsario avance, quimérico y sutil.
 
Y… seguimos sumidos en una pertinaz lluvia de aguas negras, estériles, abortadas e irreales. Peregrinos transitando en tierras baldías, caminantes sin camino, historias sin futuro; civilizaciones casi extintas. Espíritus liberticidas; fallecidos en vida. Almas lejanas, almas sumisas; almas confundidas. No obstante…
 
“Las sombras son señales de una posible realidad”

 

 
Santiago Peña
 
 

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martes, 1 de noviembre de 2022

LA VELOCIDAD Y LA INMEDIATEZ; LA DIVISIÓN Y EL VACÍO

 

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La PERSONA, como ente sintiente y pensante, no es un ser aislado dentro de un entorno claustrofóbico, individualista y servil. Esclava sumisa de una trayectoria diseñada, dispersa e infantil. No es: la hacen; la manipulan; la asimilan. No obra: opera creaciones foráneas, y alienas, a su sentir.

La velocidad y la inmediatez; la división y el vacío, son estados transitorios de un mundo inconcluso, fragmentario e imperfecto

 

El movimiento, como la inmadurez de las cosas

El movimiento, es la búsqueda de un quimérico estado de perfección. La velocidad, y la clara tendencia hacia lo inmediato, es el drama establecido de la imperfección; de un vacío constatable, asfixiante y cerril. Por lo que, nada pervierte más que la envidia, el deseo instantáneo; el goce material de un momento intrascendente, efímero y pueril.

 

El vacío, como un espacio ocupado por la inexistencia de las cosas y del pensamiento

En el vacío solo reina el ruido, la sensación de soledad y un desespero existencial. Por ello, el vacío interior, que siente infinidad de PERSONAS, es la muerte mental de una parte creciente de la humanidad. Y esa fragmentación del pensamiento es ocupada por una sensación de vacío atronador.

Fruto de todo ello, la dispersión (en la que, la PERSONA, se ve institucionalizada, dentro de la seductora civilización occidental) forma parte de un diseño perfectamente orquestado, sutil, embaucador y vil.

 

Focalización, mente y espíritu

En cambio, lo contrario de la dispersión, es la concentración, o focalización, de pensamiento y espíritu: llegando a converger, los dos, en un mismo punto.  

La naturaleza es una y no mil. Somos millones pero compartiendo un mismo universo, un mismo destino, un mismo fin. Por todo ello, el mundo aparente es la dualidad (con una clara tendencia hacia la multiplicidad) de las cosas, de las PERSONAS, del ser, de la luz. La noche y el día; la mujer y el hombre; la maldad y la bondad. La misma PERSONA transita desde el mundo inmaterial al mundo de la realidad ficticia y viceversa; desde la más “distinguida” oscuridad hasta la más renacida luminosidad. Todo se desdobla en un artificial estado inconcluso, fatuo; donde prima la celeridad y lo inminente; donde reina la división y un indestructible vacío existencial.

¿Qué habrá de todo ello? ¿Qué luz persistirá inalterable en el más allá? ¿Qué sol bañará con su mágica luz? ¿Qué universo permanecerá al final de una existencia carente, ya, de vida?

Por lo tanto, la atracción (que sienten unas PERSONAS por las otras: sus contrarias o complementarias), es la prueba irrenunciable de un deseo natural de querer fundirse la una en la otra y, así, formar el uno: “El Ser Perfecto”. Por lo que, el estado primigenio (y final) de las cosas, es la unidad.

La quietud, es el culmen de la perfección; el todo, la unidad. No hay nada más. Todo es perfección, en el más allá. El vació desapareció porque el movimiento huyó. Ya no hay nada inmediato; ya no hay nada que ocupar: el pasado, el presente y el futuro son uno. No existe el tiempo ni el espació: nada se mueve y todo permanece.

 

La eternidad es la absoluta perfección

 

Santiago Peña

 

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